martes, 28 de septiembre de 2010

Esquizoanálisis 2




Desnudando a Edipo

En la parte final del primer capítulo de El Anti Edipo, ya se empieza a esbozar la crítica al funcionamiento de Edipo (tal como lo presenta el psicoanálisis de Freud en El yo y el Ello), partiendo del análisis a la “Sagrada Familia” (el triángulo papá-mamá-yo) que venía siendo el soporte conceptual para la interpretación restringida de Edipo. Esta temática es ampliamente desarrollada en el segundo capítulo del libro, denominado: Psicoanálisis y familiarismo: la sagrada familia.

El punto de partida de la crítica es contra la “furiosa edipización de todo”, contra el “imperialismo de Edipo” tanto en la estructura como en la imagen – lo simbólico y lo imaginario – que Deleuze-Guattari encuentran plenamente sustentadas en la triangulación edípica que busca vincular y hacer que todo dependa de ella: lo preedípico (en el niño), lo exoedípico (en el psicótico) y lo paraedípico (en los otros). Pero más allá de las diferencias entre la relación parental y la estructura edípica, lo que se preguntan Deleuze-Guattari es si la relación de diferencia no se da más bien entre el Edipo estructural e imaginario y lo que los Edipos reprimen, es decir, la producción deseante (que va más allá de las personas y de las estructuras, de lo simbólico y de lo imaginario; y que es lo real en sí misma, en tanto que su producción es de realidad, y que funciona como máquina, como dispositivo maquínico).

En principio, lo que Freud descubre es que en el inconsciente fluyen y se manifiestan las máquinas deseantes, al encontrar cómo, a través de las síntesis libres, todo es posible. Es decir, el descubrimiento que hace es de un inconsciente productivo, pero, posteriormente, termina opacándolo cuando estructura a Edipo como dogma totalizante y trata de representarlo como un esquema familiar. De este modo, el inconsciente deja de ser un taller para volverse un teatro, más aún, un teatro clásico (representativo), en el que el psicoanalista es el director de escena de un teatro privado. Y no es que el psicoanálisis haya pasado por alto el inconsciente productivo; elabora unas nociones básicas (trabajo y catexis) que son el fundamento para pensar una “economía del deseo”, pero luego, son subordinadas por un inconsciente expresivo que a su vez se sobrepone al inconsciente productivo. 

Lo que empieza a bosquejarse desde esos primeros planteamientos de Freud es una edipización de todo, donde se encuentran las figuras paternas determinando las problemáticas (que han pasado a pensarse como individuales: la concentración en el Yo), hasta llegar a concebir a Edipo como “complejo nuclear”. El análisis continúa, entonces, enfocado hacia las ausencias (de padre, por supuesto) para poder llegar a plantear el temor a la pérdida, a la castración, como un elemento fundamental de la producción deseante. Así pues, el deseo empieza a ser entendido como carencia, lo que constituye un grave error que le confiere actividades antiproductivas al inconsciente. El gran logro de Freud fue haber determinado la esencia del deseo como esencia subjetiva abstracta, libido o sexualidad; y el gran error: haber relacionado dicha esencia con la familia como última territorialidad del hombre privado, manteniendo así el “sucio secretito” de la sexualidad encerrado en el plano familiar. Con esta visión, evidentemente, se culpabiliza al hijo y se exonera al padre. Mala conciencia y culpabilidad, se predican sólo como acciones del hijo.



Deleuze y Guattari no niegan que haya una sexualidad (homosexual y heterosexual) y una castración edípicas, lo que niegan es que Edipo sea producción del inconsciente. Pues tal como quedaron planteadas las cosas con Freud, Edipo se constituyó en una metafísica. Edipo es la metafísica del psicoanálisis, y, justamente, contra ese uso “sintético” del inconsciente (que además es ilegítimo3) realizado por el “psicoanálisis edipiano”, es que dirigen sus críticas para llegar a exaltar y a reconocer un “inconsciente trascendental”4 (que existe en virtud de la inmanencia de sus criterios) y desde este presupuesto darle origen a una nueva práctica, un análisis materialista: el esquizoanálisis. 

El psicoanálisis pretende tener una explicación para todo, negándose a la posibilidad de fallar, de aprender construyéndose. Esto conlleva a la dogmatización con sus propias leyes (Edipo, castración, libido, deseo inconsciente y representativo, etc.), frente a ellas no hay apertura para la autocrítica. El psicoanálisis pretende por todos lados, tratar de generar leyes, atribuyéndose facultades científicas. Pero ante la posición excluyente del psicoanálisis, han surgido varias voces que encuentran fisuras en su propuesta teórica; Wittgenstein, por ejemplo, nos recordaba que “El psicoanálisis no es la panacea universal que nos ponga por encima del bien y del mal, ni el árbol de la vida que nos introduzca en un paraíso de superconciencia; si nos quita unas preocupaciones nos pone otras, dejándonos ante las nuevas tan inanes como estábamos ante las viejas. La vida se impone siempre al final, antes y después, y lo que el hombre necesita es una escuela para la vida (para vivir la realidad) y no para tergiversar sus vivencias oscuras, dionisiacas, en su reflejo fantasmal en la bienaventuranza apolínea de la interpretación analítica”5. Si la práctica analítica pretendiera ser liberadora de la mente, no debería dejar que ésta se llenara nuevamente de fantasmas, como en efecto sucede, por eso Wittgenstein insiste: “Freud no ha dado una explicación científica del mito antiguo. Lo que ha hecho es proponer un nuevo mito”6

El esquizoanálisis busca “desedipizar el inconsciente para llegar a los verdaderos problemas”; “ir más allá de toda ley” donde el problema no puede ni siquiera ser planteado. Pero, de ninguna manera, pretende dejar por fuera a la “máquina analítica”, lo que busca es integrarla dentro del “aparato revolucionario” que el esquizoanálisis conduce. Esta postura está emparentada con la lectura que hace Isidoro Reguera, de Wittgenstein, cuando nos dice que “la crítica es el único modo de enfrentarse y aprovechar a Freud. Frente al mucho mal que puede causar su seducción y su inteligencia, frente a toda ortodoxia de esta ‘poderoso mitologìa’, frente a sus perros guardianes, incluso frente a sus logros indudables en el conocimiento de uno mismo y en el alivio psicológico, es necesario mantener una actitud crítica ‘muy fuerte, aguda y persistente’. Ese es el único recurso para abrirse camino entre su enmarañada simbología. Lo malo es que el mismo psicoanálisis, precisamente, es quien, en general, lo impide”7. La remisión exclusiva al triángulo de las relaciones familiares, que propone el psicoanálisis para explicar el proceso del individuo, corre el riesgo de dejar por fuera las dimensiones políticas, culturales, históricas y raciales para instaurar una visión restringida y autoritaria, que desde su microcosmos reproduce la estructura dominante de una sociedad y de sus valores. Respecto de la relación familia-sociedad, el esquizoanálisis considera que ese triángulo edípico no existe o que quedó mal cerrado, pues Edipo siempre está abierto al campo social, a los flujos productivos del deseo, a los devenires revolucionarios que se levantan contra la autoridad familiar y estatal. Ahí, precisamente, es donde ubica su campo de acción el esquizoanálisis, al lado de esa apertura hacia lo real-social. Por lo tanto, el esquizoanálisis vendría a ser un psicoanálisis político y social, o mejor, un “análisis militante”. “El esquizoanálisis se propone deshacer el inconsciente expresivo edípico, siempre artificial, represivo y reprimido, mediatizado por la familia, para llegar al inconsciente productivo inmediato” (AE, 104). Con ésta afirmación se allana el camino para poder plantear la existencia de “catexis libidinales inconscientes del campo social” (catexis de deseo), que coexisten con las catexis preconscientes, familiaristas (catexis de interés), lo cual constituye el núcleo fundamental sobre el que se propone actuar el esquizoanálisis. La libido está incidiendo directamente sobre el campo social – con formas inconscientes “hace alucinar la historia” –. El problema que se presenta ante la coexistencia de los dos tipos de catexis, es que con la acción de las catexis conscientes (represivas y castradoras) fácilmente se estaría recorriendo un camino que va en contra de los propios intereses de clase. El objetivo, entonces, del esquizoanálisis es “analizar la naturaleza específica de las catexis libidinales de lo económico y lo político; y con ello mostrar que el deseo puede verse determinado a desear su propia represión en el sujeto que desea” (AE, 110). Esto, por supuesto, es importante en la medida en que tiene que ver con lo real cotidiano, no con lo ideológico; en la medida en que podemos descubrir que en el sujeto coexisten una catexis inconsciente reaccionaria y una catexis consciente revolucionaria. Hacer claridad sobre esa materia, pero de forma práctica (que transforme, que renueve la vida) es el papel del esquizoanálisis.



El inconsciente se autoproduce y se reproduce por sí mismo. No requiere del vínculo simbólico con lo parental (que puede ser una imagen de Dios). Es huérfano en todo momento y se produce en la “identidad de la naturaleza y el hombre, del mundo y el hombre” (AE, 114). Todo en él está encaminado hacia el uso (el cómo) de su accionar no hacia el sentido que pueda producir. Lo importante es que produce y funciona. En este mismo sentido nos recuerda Alicia Gallegos que “el inconsciente no tiene que ver con personas u objetos sino con trayectos y devenires. De ahí la importancia del acompañamiento de la trayectoria de los deseos, de sus posibilidades o de sus frenos, de la consistencia de estas organizaciones, de sus expansiones o interrupciones”8.
Según Deleuze y Guattari, la tradición analítica nos ha transmitido tres errores sobre el deseo: la carencia, la ley y el significante; los cuales surgen de una interpretación idealista del inconsciente. Siguiendo esta creencia, se está yendo en un sentido contrario al de la producción deseante. Consideran ellos que el deseo es, ante todo, “revolucionario por sí mismo”, por esa razón está moviendo tanto la producción social como la producción deseante (juntas conforman una unidad pero difieren de régimen). La producción deseante tiene existencia actual, por tanto, real; ni regresiva ni progresiva, está directamente vinculada con el presente. En un sentido similar, Fernanda Bocco afirma que “sólo existe deseo agenciado o maquinado, y lo que lo caracteriza es no querer ser oprimido, explotado, sometido. Todo agenciamiento expresa y hace un deseo construyendo el plano que lo hace posible, y una vez que es posible, lo efectúa. Por eso el deseo es revolucionario, la producción social de deseo debe cuestionar las estructuras establecidas, revelarlas, ponerlas en evidencia”9.
En la propuesta del “análisis materialista” se entiende que “la esquizofrenia como proceso es la producción deseante, pero tal como es al final, como límite de la producción social determinada en las condiciones del capitalismo” (AE, 136).

martes, 14 de septiembre de 2010

Esquizoanálisis 1

Comenzamos la publicación de un texto introductorio sobre el esquizoanálisis. Debido a la extensión del mismo, haremos la entrega en diversos momentos.

EL ESQUIZOANÁLISIS: UN CAMINO LIBERTARIO – Fundamentos y vigencia del Esquizoanálisis.

Resumen

Desde que Gilles Deleuze y Félix Guattari plantearon y desarrollaron los fundamentos conceptuales del esquizoanálisis y mostraron algunas coordenadas para hacer de dicho postulado una práctica real (como únicamente podemos entenderlo), el mundo del pensamiento moderno sufrió una conmoción notable, de la cual aún se sienten las réplicas, aunque los brotes surgidos en torno a este dispositivo todavía son minoritarios, no obstante el crecimiento desbocado de los flujos represivos y disciplinarios en todos los órdenes, contra los cuales es vigente y necesario adoptar una posición activa y real como la expuesta por el devenir esquizoanalítico.
El interés de este escrito es mostrar cómo se origina y qué plantea el paradigma del esquizoanálisis, a partir de dos textos escritos por el dúo Deleuze-Guattari (El Anti-Edipo - Capitalismo y esquizofrenia y Mil mesetas*), en los que se encuentran las bases teóricas de dicha práctica. Con la exposición básica de algunos de sus conceptos, buscamos plantear la importancia de su aplicación en las dinámicas actuales y evidenciar la urgencia de renovar los esquemas mentales que mantienen un entramado coercitivo y falsamente productivo.





Nueva orientación de la mirada

Para comenzar, es pertinente recordar el punto de partida que formulan los autores, según el cual, por todas partes circulan máquinas: “todo lo que existen son máquinas”, cuya principal función es la producción. Una de aquellas máquinas productivas es la “máquina esquizofrénica”, en la cual concentran la observación para entender su funcionamiento.
Teniendo en cuenta ese presupuesto, la primera constatación que realizan es que resulta más útil (para efectos productivos) el paseo del esquizofrénico que la quietud en el diván del neurótico. La máquina esquizofrénica aparece como algo que produce, y no precisamente, metáforas o fantasmas como en el psicoanálisis de Freud, sino que produce realidad. Por tanto, resulta necesario desnudar la idea de Edipo estructurada en los textos clásicos de Freud, debido a su condición de represora de las “máquinas deseantes” (las máquinas productivas más importantes para ser estudiadas, desde la dinámica esquizofrénica).
Abordan la esquizofrenia no desde un punto de vista naturalista pero sí tienen en cuenta que la naturaleza misma es proceso de producción, aunque dentro de las lógicas sociales predominantes, dicho proceso es apenas un evento relativamente autónomo, pues en el capitalismo clásico, la producción es “consumo y registro” a la vez. Registro y consumo son producciones de un mismo proceso. De igual manera, confirman el rompimiento con aquella visión que habla de una separación entre hombre y naturaleza. Ambos son entendidos como “una misma y única realidad existencial del productor y del producto”. En este camino, necesariamente, hay que remitirse al análisis del deseo; la “producción deseante” es vista desde una óptica de “psiquiatría materialista”, que entiende al esquizo como Homo natura, el cual no es un fin en sí mismo, como tampoco lo es su continuación hasta el infinito para completar el proceso. Lo importante del proceso es su realización. Entonces, la esquizofrenia viene a ser entendida como “el universo de las máquinas deseantes productoras y reproductoras, la universal producción primaria como ‘realidad esencial del hombre y de la naturaleza’ ”. (Anti Edipo, 14). De esta manera, el esquizofrénico se convierte en el “productor universal” que se identifica con su producto.



Las máquinas deseantes responden a un sistema binario, lineal, que supone el acoplamiento en otra máquina a través de flujos y cortes: un objeto supone la continuidad de un flujo, y un flujo, la fragmentación del objeto. De manera acoplada es como existen las máquinas; en ellas, el deseo fluye y corta. Sin embargo, existe además, un momento antiproductivo en el cual la energía fluye libremente sin presentar cortes, este momento corresponde el espacio-tiempo del Cuerpo sin Órganos (CsO)1, el cual ha podido ir más allá de la linealidad binaria (del productor identificado con el producto). El deseo, en tanto que principio inmanente, produce máquinas deseantes que nos forman un organismo, el cual, a la larga, se convierte en un agente represivo que define un modelo de organización, contra el cual se levanta el Cuerpo sin Órganos. El CsO sirve de superficie para registrar la producción del deseo – El CsO es el campo de inmanencia del deseo. El deseo actuando como proceso de producción, que no tiene referencia a instancias externas –, pero en este movimiento se da una síntesis disyuntiva que permite el desplazamiento de las “permutaciones posibles”, de las diferencias, sobre la superficie lisa (nómada), en lo que viene a ser un procedimiento de inscripción. De esta manera, podemos asumir que la energía disyuntiva es la forma de la “genealogía deseante”. El papel del CsO no es romper con el sistema lineal-binario de las máquinas deseantes, sino introducirse en su dinámica como tercer término que detiene la posible configuración triangular edípica de origen parental (el triángulo papá-mamá-yo) para que no haya proyecciones de esa figura sino para inscribir disyunciones – eso mismo es lo que hace el esquizo al poner en marcha su propio y fluido código de registro de la realidad –. El CsO está poblado por intensidades que pasan y circulan. Las hace pasar pero también las produce. Es materia intensa no formada y no estratificada. Y si entendemos que materia es igual a energía, podemos decir que lo que produce el CsO es lo real. El CsO no es anterior al organismo sino adyacente a éste, y no cesa de deshacerse. No es regresivo, está presente en todos los momentos. No es un concepto o una noción, es más preciso decir que es una práctica o un conjunto de prácticas.




Como ya habíamos anotado, en el capitalismo la forma de producción de “consumo” se da en la producción de “registro”, como continuación de ésta, y tiene que ver con la inscripción que se hace referente a un sujeto (que no tiene identidad fija, que se mueve de acuerdo a las disyunciones en la superficie del registro). En dicho sujeto, el consumo es consumación al mismo tiempo, por tanto, voluptuosidad, desenfreno consumista. De esta manera, se ubica frente a una nueva síntesis que ahora es conjuntiva, generando un nuevo vínculo entre las máquinas deseantes y los cuerpos sin órganos, quedando el sujeto con un carácter residual (al lado de) al revivirse lo reprimido. A través de este proceso, se reviven “cantidades intensivas” que traducidas (en voz del sujeto) quieren decir un Yo siento (por oposición al Yo pienso de la tradición racional moderna) de una manera más aguda. Esta es la realidad del esquizo: la vida más próxima a la materia, de una manera intensa y totalmente productiva.
El psicoanálisis ya había hecho el gran descubrimiento de la producción deseante como producción del inconsciente, pero rápidamente opacó ese descubrimiento con el idealismo de la representación. El inconsciente productivo fue presentado solamente como expresivo a través del mito y del sueño. El deseo fue concebido como carencia de objeto real, que producía pero fantasmas y que se producía a sí mismo desprendiéndose del objeto y ampliando la carencia. Desde la óptica esquizoanalítica, se argumenta que si partimos de pensar el deseo como producto de una carencia, vamos a llenarlo pero con una producción fantasmática. Y si el deseo produce, produce es algo real (“en realidad y de realidad”). Por lo tanto, desear es producir. Lo que realiza el esquizoanálisis es una economía del deseo, postulando a las máquinas deseantes como la categoría fundamental. La esquizofrenia se entiende, entonces, como proceso de producción del deseo y de las máquinas deseantes. “El deseo es un conjunto de síntesis pasivas que maquinan los objetos parciales, los flujos y los cuerpos, y que funcionan como unidades de producción” (Anti Edipo, 33). El deseo no carece de nada, no es carencia de objeto. Juntos, el objeto y el deseo, conforman una máquina que actúa integrada tanto en la producción deseante como en la producción social. El campo social está recorrido por el deseo – “sólo hay el deseo y lo social, y nada más” (Anti Edipo, 36) –. El deseo no es carencia, no es dato natural; está en funcionamiento, es proceso (no estructura o génesis), es afecto (no sentimiento), es individuación de un acontecimiento, de una estancia (no subjetividad). Constituye un campo de inmanencia (que posee zonas de intensidad, de umbrales, de gradientes y de flujos). Es un cuerpo biológico, colectivo y político2.
Volviendo a las máquinas, encontramos que éstas son definidas como un “sistema de cortes”, que de ninguna manera pueden llevar al distanciamiento con la realidad. Para que una máquina realice el corte de flujos, siempre debe estar conectada con otra máquina que, a la vez, también produce flujos. La continuidad no se rompe sino que es condicionada por los nuevos cortes. El hombre también forma máquina. Es una pieza que junto con otras piezas se comunican para constituir una máquina: la máquina social. De la dinámica permanente (corte-flujo) es que surge el deseo, como puede verse, inscrito en una actividad productiva. En fin, lo que producen las máquinas son cortes productivos. De esta forma, se plantea que las operaciones reales (productivas) del deseo son: extraer, separar y dar restos.

En las máquinas deseantes, la producción es una “multiplicidad pura” (multiplicidad entendida como sustantivo; que supera lo múltiple y lo uno) de ninguna manera reducible a la unidad (argumento que podría llevarnos a pensar y justificar totalidades de origen o de destino). Claro que puede haber totalidades al lado, pero que no totalizan las partes. Asimismo, es importante decir que el funcionamiento de las máquinas deseantes se da en las rupturas, en los fraccionamientos, en las fisuras; y aunque todo suceda al mismo tiempo, no es posible que las partes se unifiquen en un todo. Lo que está poniendo en duda este planteamiento es la existencia de una dialéctica evolutiva, ascendente e integradora, al superar los contrarios. Las multiplicidades fluyen y circulan entre las disyunciones pero no son vasos comunicantes, sino que mantienen una relación de forma transversal, la cual es reafirmativa de las diferencias. Sin embargo, dichas disyunciones son inclusivas, en tanto que tienen que ver todo el tiempo con la producción de la máquina deseante.