viernes, 22 de octubre de 2010

Esquizoanálisis 3


El capitalismo y las máquinas sociales

El proceso de producción se inicia y tiene desarrollo cuando se instala la “Máquina territorial” (máquina social salvaje). Esta se constituye en la primera forma de los social y desde que surge tiene a la tierra (el motor inmóvil, donde los hombres son sus piezas) como objeto del deseo. Esta primera máquina (precapitalista) realiza diversos cortes hasta llegar a codificar los flujos de producción (los medios, los productores y los consumidores), dándole inicio a una estructura lineal que más tarde permitiría hacer una lectura continua de la historia. Pero ante la constatación de la contingencia de los hechos10 (que suponen flujos y cortes) se le empezaba a  generar un grave peligro a esa sociedad que intentaba marcar a los cuerpos (adscribirlos a la tierra), delinearlos y darles una función específica a cada uno de sus órganos.
Siguiendo el criterio de la inscripción, vemos cómo se empieza a reprimir, de entrada, a la producción deseante; lo que no pasa de ella a la producción social, es decir, aquel flujo revolucionario de deseo que no se ha dejado codificar. Y para lograr esta variable, es preciso hacer pasar dicho flujo, según Deleuze y Guattari, “de la producción deseante a la producción social, sin ninguna represión del carácter sexual del simbolismo y de los afectos correspondientes, y sobre todo sin referencias a una representación edípica que se supondría originalmente reprimida o estructuralmente repudiada” (AE, 180). En aquellas sociedades salvajes Edipo todavía no está instalado. El familiarismo expresivo todavía no se ha desarrollado, puesto que las estrategias y políticas que se trazan entre los miembros de una familia, son las que determinan la producción social. Lo que más bien se da es una circulación de tejidos transversales.
Edipo es un límite perfectamente activo dentro del capitalismo, puesto que allí encuentra cómo moverse sobre los flujos descodificados, los cuales han sido sustituidos por una nueva axiomática (la del dinero) que resulta más represiva. Recordemos que el capitalismo (que se instala sobre los flujos descodificados) permanentemente se aproxima al límite (muro de su disolución) pero enseguida se regresa y se disuelve o incorpora a los flujos dentro del socius, haciendo creer que su nueva codificación (o axiomática) es universal. Ese es el juego perverso y encubridor que describe constantemente el capitalismo.
En el recorrido que hacen Deleuze y Guattari, encuentran una nueva Máquina imperial trascendente – despótica (segunda máquina social bárbara). En ella, el Estado se posiciona y adquiere poderío mediante dos acciones: “nueva alianza y filiación directa”. Frente a las alianzas laterales y las filiaciones extensas de la anterior máquina, se impone ahora, la filiación directa (con el dios, por supuesto, como proyección simbólica). Las alianzas y filiaciones primitivas, son reducidas por la nueva inscripción imperial, y se las encausa hacia la alianza directa del déspota con dios, y del déspota con el pueblo (como algo subyacente). El Estado despótico produce un corte en la máquina territorial, dándole a ésta el carácter de piezas productivas (trabajadoras) que se someten a la “idea cerebral”. Esta institución es la única que “surge ya montada en el cerebro de los que la instituyen” (AE, 224). “El Estado no se formó progresivamente, sino que surgió ya armado”.
En lo referente a las relaciones socio-económicas que establece la máquina estatal, vemos que se elimina  la posibilidad del intercambio para ser reemplazada por la figura acreedor-deudor. La deuda es el efecto de la marca, de la inscripción (territorial y corporal). Se marca para “enderezar” al hombre. Se ha concebido el inicio del Estado con la “fijación de una residencia” (territorialidad) y con la “abolición de las pequeñas deudas”. Sin embargo, esto no es del todo cierto, sino más bien un eufemismo. Lo que se da es una desterritorialización (se cambian los signos de la tierra por signos abstractos y se convierte a la tierra en una propiedad del Estado o de unos pocos). En cuanto a la abolición de las deudas (cuando efectivamente se dan) tiene como propósito, mantener el control de la tierra y evitar la aparición de una posible “máquina revolucionaria” que se proponga renovar la distribución agraria. El Estado, entonces, realiza una segunda inscripción (una sobrecodificación de flujos). Ese “cuerpo lleno”, inmutable, se apropia de todas las fuerzas y agentes de producción. “El Estado es deseo que pasa de la cabeza del déspota al corazón de los súbditos y de la ley intelectual a todo el sistema físico que en él se origina o se libera” (AE, 228)
En realidad, el Estado produce una desterritorialización de todas las filiaciones primitivas para adscribirlas a la “máquina despótica”. El viraje que se da en la relación con la deuda busca proporcionarle una dependencia infinita al “deudor” frente al Estado (desconociendo las alianzas primitivas, el intercambio). Es una suerte de “deuda de existencia”, deuda que no se puede saldar porque el acreedor y el crédito son infinitos. El sujeto queda entonces, con una deuda permanente.
El tercer tipo de máquina que ubican los autores es la Máquina moderna inmanente – el Estado capitalista (tercera máquina social civilizada), la cual  aparece cuando se entra en la órbita de la propiedad privada y de las mercancías; cuando aparecen las clases y la riqueza. Se vuelve a incidir sobre los flujos desterritorializados (dinero, mercancía, propiedad privada). Las clases (ya no únicas) en conflicto permanente, le delegan su poder al Estado, el cual se va concretizando aunque aparece como escondido (abstracto) detrás de todas las actividades.  Es decir, hay dos aspectos en el devenir del Estado: 1. Interiorización, en el campo social y las fuerzas descodificadas que forman un sistema físico; 2. Espiritualización, en un campo supraterrestre que codifica a un mayor nivel y forma un sistema metafísico.
Los flujos descodificados (por la sobrecodificación del Estado despótico, primera desterritorialización) someten al Estado despótico y hacen hundir al tirano pero al tiempo lo reviven en formas como (democratización, oligarquización, segmentación, monarquización) y, además, lo interiorizan y espiritualizan.
En el capitalismo hay una “descodificación generalizada de los flujos”, son múltiples los flujos descodificados, aunque todos confluyen. Es en esta conjunción que nace el capitalismo (el hecho singular de la conjunción de flujos hace del capitalismo algo universal). Los flujos descodificados se concentran en la producción constante: “producir para producir”, consumo total que genera más insatisfacción. “La producción capitalista tiende sin cesar a sobrepasar estos límites que le son inmanentes, pero no lo logra más que empleando medios que, de nuevo y a una escala más imponente, levantan ante ella las mismas barreras. La verdadera barrera de la producción capitalista es el propio capital”11. El capitalismo como límite, opera la descodificación de los flujos que las otras formaciones sociales habían codificado y sobrecodificado, y en ese límite construye una nueva axiomática (acto perverso) que reemplaza a la codificación. Y ¿cómo logra operar el capitalismo para que se realice la implantación de la nueva axiomática? Pues a través del Estado, quien regula los flujos descodificados (de la axiomática del capital). Precisamente, el Estado civilizado, nace con esa axiomática del capital. Sólo el capitalismo se construye sobre flujos descodificados (valores de cantidades abstractas en forma de moneda) pero siempre tiene presente que su accionar va hasta un límite (donde se inicia el punto de retorno o disolución). Para su conveniencia, concentra toda su energía en evitar por todos los medios el llegar a ese límite.
El capitalismo tiene una enorme capacidad de esquizofrenizar. La sociedad capitalista produce esquizos como produce cualquier otro producto. Pero a los esquizos trata de guardarlos, de encerrarlos, por supuesto, esperando que desde su misma construcción, desde su mismo interior, pueda venirle la destrucción. Sin embargo, olvida que La esquizofrenia opera en el sentido contrario, pues es el límite absoluto; después de ella no quedan sino flujos en estado libre, un “cuerpo sin órganos desocializado”. Y ahí, en esa práctica perversa, coercitiva, de señalamiento y encerramiento, también involucra a los artistas, los pensadores, y todos aquellos que se levanten contra las dinámicas del mercado.
Finalmente, a manera de resumen, presentamos las particularidades de las tres máquinas sociales que identifican Deleuze y Guattari.

Cuadro comparativo de las tres máquinas


Máquina territorial (Salvaje)
Máquina imperial trascendente (Bárbara,
Máquina moderna inmanente (Civilizada)
Oralidad.
Voz y grafismo (independientes), son elementos heterogéneos. La voz, representación de la palabra; el grafismo, representación de la cosa (el cuerpo). Régimen de connotación: la palabra (signo vocal) designa alguna cosa, pero la cosa designada no deja de ser signo. Se requiere de un tercer elemento (la vista) para que los integre.

Máquina de esclavitud por la codificación de los flujos sobre el cuerpo lleno de la tierra.

Escritura.
Grafismo y voz (integrados), el grafismo se proyecta sobre la voz (la subyuga) dando como resultado la escritura. La voz es ahora un objeto trascendente (voz muda) que se manifiesta por medio de revelación en la figura del déspota. Se crea un significante único, despótico.

Sobrecodifica los flujos sobre el cuerpo lleno del déspota y de su aparato, el Estado despótico. Proceden por subjetivación y sujeción.
Descodifica los flujos sobre el cuerpo lleno del capital-dinero.
Lleva más lejos la descodificación y crea una axiomática (de la que es modelo) conjugando todos los flujos:
Proposiciones de flujos Vs. Proposiciones de axiomas


jueves, 14 de octubre de 2010

Lanzamiento Díptico "Sin destino impuesto" e "Inconsolable duda"



El próximo jueves 21 de octubre, en las instalaciones del Teatro la Candelaria de Bogotá (Calle 12 No. 2-59) tendrá lugar la presentación de 2 antologías editadas por la Liga Latinoamericana de Artistas, denominadas: "Sin destino impuesto" e "Inconsolable duda". En las mismas, participan poetas de México, Colombia y Rumania.




El evento tendrá lugar a partir de las 6:30 p.m., iniciando con un conversatorio a cargo de los poetas Ingrid González y Omar Ardila.

Luego del lanzamiento de los libros, se estará presentando la obra de temporada del Teatro La Candelaria, llamada "Ster, ocho acciones eventuales", y quienes hayan asistido al conversatorio, tendrán un precio especial para que asistan a la misma.

martes, 5 de octubre de 2010

Roberto Juarroz 85 años


 
La posibilidad extrema del lenguaje

A la memoria de Roberto Juarroz

Con la obra de Juarroz asistimos a una sucesión de rupturas que van desmembrando silenciosa y contundentemente, las múltiples máscaras que nos habitan. Un lector que se arriesgue a vivir esa desposesión encontrará, sin duda, vertientes de inusual recorrido en la tradición literaria. Su decir, nos vapulea palabra a palabra, silencio a silencio, y sólo nos deja una posibilidad para persistir: aceptar un nuevo nacimiento por medio de la creación; “recibir la poesía y volverla a crear en uno mismo”, pues la poesía es como “acabar de nacer en quien la hace y en quien de veras la recibe” (1). Como aprendimos con Nietzsche que la lectura necesariamente deviene escritura, y que dicha escritura debe hacerse “con sangre” (espíritu), Juarroz también nos invita al acto místico de la transformación de la vida, con la palabra llevada a los extremos de la experiencia humana para establecer una relación entre la poesía y la vida interior: “la poesía como liberación y aplicación de la energía interior” (2).

Según nos refiere el mismo autor, su renovación por medio de la poesía (al asumirla como forma de vida, como modo del ser) comenzó tras encontrar expresiones despojadas de unidad en gran parte de los escritos poéticos que lo habían acompañado; razón por la cual, se propuso escribir “una poesía más ceñida donde cada elemento estuviera como algo insustituible... Una poesía que no se limitara a cultivar lo atmosférico o las reacciones sentimentales, sino que tuviera (osara tener) la posibilidad de reunir de una vez por todas lo que ha sido tan falsamente dividido: el pensar y la emoción” (3). Teniendo fija en el horizonte esta  clara visualización, fue construyendo su obra poética a la que llamó: Poesía Vertical.

Conocíamos de la experiencia en la variable vertical a través de las meditaciones del filósofo Gastón Bachelard. Según éste, la dinámica integradora del psiquismo humano se completa cuando exploramos el eje imaginario (vertical) que rompe con los referentes sensibles de la relación con el tiempo sujetado. “Todas las emociones sutiles y reprimidas (la vida del alma) tienen una diferencial vertical”... “El eje vertical bien explorado puede ayudarnos a determinar la evolución psíquica humana, la diferencial de valoración humana” (4). De esta forma, el tiempo en su escenario vertical, tiene la posibilidad de detenerse para explorar la profundidad o la altura, en instantes con perspectiva metafísica (instantes poéticos). “La poesía es una metafísica instantánea” (5). Es a través de la imaginación dinámica que logramos comprender que “algo en nosotros se eleva cuando alguna acción se profundiza – y que inversamente, alguna cosa se profundiza cuando se eleva” (6).

La vivencia vertical, también nos sirve para reafirmar eso que Martín Heidegger expresara en su acercamiento a Hölderling: es preciso “poetizar aquella esencia que nunca puede ser esencial”. Y que más adelante nos aclara diciéndonos que “el ser y la esencia de las cosas no pueden ser calculados ni derivados de lo existente” sino que deben ser libremente instaurados (“creados, puestos y donados”) en el reino de lo imaginario. El ser (lo permanente) se instaura por medio de la poesía – “por la palabra y en la palabra” –. Se afirma la existencia humana cuando la palabra se vuelve “traductora” de la esencia de las cosas. La poesía es una continua renovación, una creación libre que “no toma el lenguaje como un material ya existente sino que ella misma hace posible el lenguaje” (7).

Volviendo al escrito de Juarroz sobre la creación poética, podemos ratificar que la apuesta de su poesía es por la renovación permanente en el eje vertical. Su obra tiene virajes inesperados, a veces antagónicos, por la manera como lleva el lenguaje a sus posibilidades extremas, de tal forma que una fracción más de estiramiento, inmediatamente regresaría la palabra a su versión opuesta. Su caminar, pues, es en el extremo de la existencia – que puede ser no existencia – asumiendo la poesía como vida única, última, que no se repite.

La posibilidad vertical no es para negar nada sino para profundizar todo, para completar el mundo tras haber creado nosotros mismos una inmovilizante escisión que nos llevó al desequilibrio. Así las cosas, para volver a equilibrarnos no nos queda otra salida que la expresión, aunque sea balbuceo – de hecho “toda palabra es balbuceo” –; sin embargo, “decir es la salvación del desequilibrio del hombre”. Por lo tanto, la expresión – que es creación – es la “salud del hombre”, es “el ser del hombre” (8).

Lo que se transluce en el fondo de la obra poética de Juarroz, es un llamado a la integración del ser. La apertura hacia lo vertical busca explorar el extremo de la unidad, “es lo uno y lo otro, lo uno y lo que está más allá, juntos” (9). Según Bachelard, “es el principio de una simultaneidad esencial en que el ser más disperso y más desunido conquista su unidad” (10). Evidentemente, la poesía no es ficción, es creadora de realidad, es un agregado a la realidad para ir por la totalidad. Según Juarroz, la poesía “es la mayor realidad posible porque es la que cobra conciencia real de la infinitud” (11). De esta manera, la creación poética es un triunfo sobre la soledad. “El poema es una presencia que hace que la vida humana esté un poco menos sola” (12). Juarroz proclama su victoria sobre la soledad a lo largo de sus catorce poesías verticales, sin concesiones con la versión restringida del mundo, que ha hecho del poeta un trasgresor, un marginal, un fuera de la ley... Por fortuna, siguen existiendo esos seres que establecen rupturas... ¡Aquellos necesarios para que todo vuelva a integrarse!

Luego de acercarnos a la creación de Roberto Juarroz, la pregunta sobre ¿Qué es la poesía? Sigue sin tener respuesta – “sigue siendo como las grandes preguntas” –, pero fieles a la indicación del poeta, aceptamos que al contemplar y asumir esa pregunta en el interior de cada uno, podremos hallar la presencia de la poesía – que no quiere decir, encontrar una respuesta, pues no hace falta – y vivirla y crearla todos los días. Ahora podemos afirmar con más seguridad, que la poesía no es un “producto” que pueda consumirse, ni tampoco un sistema (por lo tanto, no hay sistema para acercársele). Sin embargo, tras volver a vibrar con la singular poesía de Juarroz, entendimos que “la única aproximación o explicación de un poema, cuando uno lo ha leído, consiste en volver a leerlo de nuevo” (13), razón por la cual, volvimos a leer las Poesías Verticales y nos aventuramos a expresar con énfasis, nuestras múltiples interjecciones que vieron la luz al recorrer las catorce obras.

I.                   “Reacciones estéticas” ante las catorce poesías verticales

“Mucho más que las vinculaciones entre poesía y biografía interesa la relación entre la  poesía y la vida interior” (14)

Primera Poesía Vertical – La “red de mirada” que integra el mundo

De entrada, Juarroz concentra su creación poética en la reflexión sobre los eventos no visibles a través de la “red de mirada” que nos define el mundo pero sí posibles de imaginar, de crear por medio del pensamiento. Esa detención en lo no visible pero sí imaginable – desde su condición de poeta vertical – es una puesta en duda de las tradicionales formas racionales (horizontales), impuestas y asumidas como universales.

En su forma poética, presenta afirmaciones en las primeras líneas, las cuales pueden ser revaluadas o simplemente, colgadas en otro escenario posible de pensarse (de ser), en los versos finales. Siempre espera algo más que la visión dicotómica, de opuestos (que usualmente es la aceptada como constructora de la existencia). Para el poeta, siempre hay un “fondo de las cosas” – un espacio más allá del límite que nosotros concebimos, pero que puede ser una continuación de éste, o éste y su sombra – que es la suma de todos los eventos. Eventos que pueden ser realidades o apenas posibilidades que se trascienden a sí mismas (en su aparente distancia), precisamente porque no buscan trascendencia.

Pero, según el poeta, el pensamiento que nos permite ir a lo “invisible”, también está sujeto a dudas, pues además tenemos la opción de no pensar – darle vida a la ausencia – y así salvar a la ausencia. Es decir, tenemos al menos la posibilidad de salvar algo. Por tanto, nombrar la ausencia, resultará siendo la más interesante presencia. Es la presencia que deja a la soledad sin fundamentos. Incluso, la palabra no requiere ser dicha para que actúe y se nos manifieste. Hay una palabra que define el poder de la misma palabra, esa palabra es: ¡Intención! La acción de la palabra es intención, aunque no se nombre. Lo que le da vida a la palabra es su propia acción, que es intención.

Juarroz, continúa afirmando que nuestro itinerario es una continua caída, sin embargo, en aquella caída, hay instantes de control, de dominio (intervalos de la caída), y son esos instantes los pueden hacernos olvidar de la caída. ¡Podemos pensar lo inevitable como se piensa un olvido! Evidentemente, la caída es un camino, pero podemos encontrar otros caminos que nos conduzcan por lugares distantes de nuestros mayores determinantes (la muerte, el nacimiento, el origen, la nada). Dichos caminos, serán un espacio sin espacio. Por lo tanto, es preciso recomponer el camino (ya que tenemos esa posibilidad) si, algún día, despertamos ensalzando la muerte o siendo su cómplice.

Si uno encuentra de pronto que lleva entre las manos
un ramo del color de los niños perdidos
o de los ojos de los muertos,
ya no puede seguir doblando las esquinas,
ni doliéndole como siempre a las ventanas,
ni haciendo un torniquete del pasado
entre espirales de perros
y oraciones sin dios.

Es preciso entonces conseguir un lugar
donde el amor y la luna
se expandan en envases separados
y la muerte baje por una ranura y no muy cara.

(I Poesía Vertical. No. 48)

Un posible camino puede ser el del recorrido erótico, de punta a punta. Llegar al fondo del otro teniendo como vehículo a la palabra. La palabra será entonces, un amante permanente: la “red de mirada” imperceptible que alberga el movimiento amoroso en su profundidad. Esa red (filamento) es la continuación en el tiempo de nuestra real ausencia.

Algún día encontraré una palabra
que penetre en tu vientre y lo fecunde,
que se pare en tu seno
como una mano abierta y cerrada al mismo tiempo.

 (I Poesía Vertical. No. 51)

Asimismo, como el tiempo que se pierde a sí mismo en su continuo paso, es la pérdida de todo. Y si logramos acoger esa pérdida, entonces, se nos abre un camino de esperanza, pues hasta es viable la pérdida de la muerte. No obstante, siempre hay alguien muriendo. El mundo es la seguridad de la muerte de alguien.

Y aunque te estuvieras muriendo,
alguien más estaría muriendo,
a pesar de tu legítimo deseo
de morir un minuto con exclusividad.

Por eso, si te preguntan por el mundo,
responde simplemente: alguien está muriendo.

(I Poesía Vertical. No.37)


Segunda Poesía Vertical – El centro (la ausencia) y la caída (la senda de la vida)

En este segundo volumen, el objeto de la búsqueda se dirige hacia el centro, vivenciado como ausencia. Un trasegar por la ausencia que nos lleva a dudar del “estar” en algún punto. Y cuando hayamos asumido el “no estar” (triunfo de la ausencia), aparecerá un nuevo centro para darnos impulso. ¡La pérdida es el inicio de otra pérdida!

Contrario a la anterior relación con la caída, aquí se nos propone descender con lo perdido, dejando todo en el olvido. Descender con tanta seguridad de la caída, de tal forma que ya no se puedan dar más sobresaltos para acelerar o contener la caída. Esa será la ruta para un andar seguro, afianzando la vida con la fuerza de la caída – que puede ser ascenso (en la posibilidad vertical del pensamiento, por supuesto) –. Sobre dicho pensamiento vertical, Bachelard nos había aclarado lo siguiente: “La caída debe tener todos los sentidos al mismo tiempo: debe ser a la vez metáfora y realidad” (15). “La caída imaginaria es una realidad psíquica que domina sus propias ilustraciones, que gobierna el conjunto de sus imágenes” (16). La altura no es la dirección positiva, pues vemos que la caída es una constante predominante. Entonces, la “caída hacia arriba” es la que se apodera del mundo poético. Incluso, se puede caer “de sí mismo en sí mismo”, y para ello, es preciso desplazar el mirar como impulso inicial: encontrar otras puertas que nos saquen de sí, que nos conduzcan hacia otros lugares donde, seguramente, se halle nuestra “primera copia”.

Si alguien,
cayendo de sí mismo en sí mismo,
manotea para sostenerse de sí
y encuentra entre él y él
una puerta que lleva a otra parte,
feliz de él y de él,
pues ha encontrado su borrador más antiguo,
la primera copia.

(II Poesía Vertical No. 52)

La invitación que nos hace el autor es a partir, a irnos – sujetados o limitados – pero partiendo siempre, aunque el camino sea la sujeción de los pasos (por los que se dieron, por los que no se dieron y por los que nunca se darán).

Pero todos se van con los pies atados,
unos por el camino que hicieron,
otros por el que no hicieron
y todos por el que nunca harán.

(II Poesía Vertical No.69)

Al fin, todos tendremos que irnos, que iniciar la caída en otra parte, pero antes, debemos “enterrarlo todo”: la nada que es la existencia.

Lo enterraremos todo...
[...]
Y menos mal que no habrá nadie
para escarbar luego bien hondo
y descubrir que no hay nada enterrado

(II Poesía Vertical No.73)

 
Tercera Poesía Vertical – La separación

Un “efecto paradojal” recorre el proceso del conocimiento. Aprender a desconocerse – romper la rutina del pensamiento – es el camino para conocerse. Separar el yo del “otro que lleva mi nombre”, encontrar los puntos de divergencia que se cruzan en un determinado instante. “Conocerse a sí mismo” es reconocer lo que hemos asumido como nuestro pero que no nos pertenece. Luego, quizá, encontremos que “uno no era igual a uno”... ¡Era menos! Sólo así, entonces, la existencia tomará una dinámica de levedad que la llevará al ascenso continuo en el eje imaginario.

El otro que lleva mi nombre
ha comenzado a desconocerme...
[...]
imitando su ejemplo,
ahora comienzo yo a desconocerme.
Tal vez no exista otra manera
De comenzar a conocernos.

(III Poesía Vertical No.2 – Poemas de Otredad)

De similar forma, las cosas podrían estar en otro lugar distinto del que ocupan. Explorar esa vertiente es abrirnos hacia un nuevo espacio en el que el ascenso y la caída sean eventos ambivalentes – apertura evidente al mundo vertical –. Se presenta una ruptura con la anterior forma de asumir el tiempo y  el movimiento: nos quedamos inmóviles como si le prestáramos la vida a la muerte o como si la muerte nos hubiera prestado la vida. Asimismo, la palabra puede ejercer todo su potencial tanto en el “juego de lenguaje” en que la inscriban como en su quietud, su ausencia, su estado anterior a la puesta en escena.

Detener la palabra
un segundo antes del labio,
un segundo antes de la voracidad compartida,
un segundo antes del corazón del otro,
para que haya por lo menos un pájaro
que puede prescindir de todo nido.
[...]
La palabra es el único pájaro
que puede ser igual a su ausencia.

(III Poesía Vertical No.17 – Poemas de Otredad)


La integración

Luego de la escisión hay una nueva intención de retorno a la unidad. Es la vuelta hacia la “forma interior”, la que no es reflejo de algo ni representa nada, la que no ha devenido en concepto, en lenguaje, en imagen.
Se supone la existencia de un estado primario, una suerte de origen que sufrió un extravío al verterse hacia afuera. Aquel espacio interior es el único que desconoce la ausencia (es la misma ausencia dinámica); es un espacio libre, sin expresiones duales o eclécticas; es un espacio que no ha sido llenado, que es pura “energía potencial” concentrada en sí misma.

A veces comprendemos algo
entre la noche y la noche.
[...]
Una oscura prisa,
un contagio de ala
nos alumbra una ausencia desmedidamente nuestra.
Comprendemos entonces
que hay sitios sin luz, ni oscuridad, ni mediaciones,
espacios libres
donde podríamos no estar ausentes.

(III Poesía Vertical No.20 – Poemas de Unidad)


Cuarta Poesía Vertical – La apuesta vertical

La imagen de la nada es determinante al definir el círculo de lo “perceptible”; puede representarse – dejarnos una huella – y luego olvidarse de sí misma: un “juego de representaciones” que está en continuo movimiento sin dejarnos olvidar de la presencia de la nada.
El creador tiene la preocupación por conocer el punto de todos los virajes, pero teme no hallar el viraje de ese punto. Al tener de frente la nada, recuerda y pone en duda el mundo perceptual – que creó o que le crearon –. Es el momento crucial para tomar una decisión fundamental y concretar la línea de creación sobre la que va a moverse. Juarroz no lo duda, su apuesta es por el mundo de la vivencia vertical y asume que “la idea de verticalidad supone atravesar, romper, ir más allá de la dimensión aplanada, estereotipada, convencional, y buscar lo otro” (17); dejar que todas las posibilidades se muevan con igualdad de condiciones (perceptuales  y no perceptuales). Es el triunfo de la forma sin forma. Es un espectro que remplaza la forma “presente”. De esta manera, se abre una nueva “estrategia”, una nueva “técnica” para relacionarse con las cosas.

En esta hora en que las formas se deshacen,
los fantasmas han optado por sustancias más concretas.
Así mis manos y mis pies, por ejemplo,
descalabran de pronto sus fieles trayectorias
y se deslizan como acordes de una sumergida partitura.
[...]
Las cosas nos traducen una nueva estrategia,
una técnica distinta,
que viene desde el fondo.
[...]
Las palabras recogen vestiduras abandonadas
y regresan después empujando al pensamiento.
[...]
Asistimos ahora a un replanteo de las tácticas del abismo,
a un reordenamiento de los estratos, las jerarquías y las densidades.
Tal vez mañana sólo seamos nosotros lo invisible,
los fantasmas de lo que fueron los fantasmas.

(IV Poesía Vertical No. 31)

El “viajante” vertical inaugura una nueva fe (no doctrinal) desprendida de la rígida visión espacio-temporal; contempla la suma de tristezas que pueblan todos los espacios y ya no alberga esperanzas. Sólo tiene certeza de la nada y sus variaciones: el afuera de la unidad y el adentro de las multiplicidades.


Quinta Poesía Vertical – Completar el mundo

No existe la totalidad del mundo. Tal como está, tenemos la posibilidad de completarlo, de recrearlo. No están dadas las versiones definitivas, y las que pretenden serlo, sólo sirven para acabar de borrar la otra parte que alguna vez nos fue dada pero que tenemos en el olvido, o que tal vez ni siquiera nos hayamos enterado de su existencia.
Para completar el mundo es necesario empezar a descompletarnos, a abandonar esa versión extraviada que quiere borrarse a sí misma, a dejar ese “juego sensorial” que modifica la realidad a su antojo y conveniencia, hasta llevarnos al agotamiento (¡A la soledad!).
Entonces, puesto que el centro del hombre es el espacio para el silencio, para la ausencia, es preciso que el silencio se calle para poderlo escuchar, para escuchar la forma de su ausencia, y así, empezar a llenar el mundo con otras ausencias. Luego, hacer un recorrido por el menos y una decantación de todo... Incluso, del signo menos y de la ausencia. Y más adelante, recomponer la palabra para volver a crear algo... Algo que ya no sea algo (¡Reafirmación vehemente de la nada!).
Un día, asumimos el vértigo de ser dios – “como debiera ser dios” – y encontramos la inexistencia... Fue el día en que nos quedamos en silencio.

Un día para no existir como dios
con la crujiente inexistencia de dios,
junto al silencio de todas las cosas.

(Quinta Poesía Vertical No. 35)

Si optamos por dicha opción de despojo, no debemos olvidar que lo abandonado puede volver a tener presencia en lugares insospechados, y hacerlo con mayor fortaleza. La desnudez de la propia miseria – la más arraigada miseria – desemboca en la vergüenza y el miedo por no haber logrado familiarizar la mirada con el abismo: el camino constante de despojo.

El corazón más plano de la tierra,
el corazón más seco,
me mostró su ternura.
Y yo tuve vergüenza de la mía.
[...]
Y también tuve miedo.
[...]
El corazón más plano de la tierra
me hizo aprender el salto en el abismo
de una sola mirada.

(Quinta Poesía Vertical No. 33)

Y quizá, también podamos rehacer el mundo con un amor que vaya más allá de lo que concebimos como amor, que esté presente en todo y en todos los momentos, que no genere vínculos sino que libere, que rompa con la visión dual, lineal, plana: ¡Un amor vertical!.

Un amor más allá del amor,
por encima del rito del vínculo,
más allá del juego siniestro
de la soledad y la compañía.
[...]
Un amor para estar juntos
o para no estarlo,
pero también para todas las posiciones intermedias.
[...]
Un amor como abrir los ojos.
Y quizá también como cerrarlos.

(Quinta Poesía Vertical No.55)

 
Sexta Poesía Vertical – Desaparecer en sí mismo

Hay momentos en que llegamos a nuestras “inseguridades definitivas”. Es en esos momentos cuando surge la necesidad de desaparecer en sí mismo, de consumirse en el propio abismo. Sólo nos resta dar un salto para conseguirlo ¿Pero cuándo estaremos listos para darlo? Si algún día lográramos romper la estática que nos impide dicho salto, encontraríamos de frente al vacío – un vacío salvador de la ausencia – y quedaría nuestra vida integrada con el vacío.
¿Y si el vacío fuera otro fracaso?, entonces el fracaso poblaría todas las voces de quienes lo nombren y el cuerpo de quienes lo busquen... “Tanto nos alimentamos de vacío, que naufragamos repletos, en los mares de la nada”.
¿Y cómo mantener la mirada cuando nos hayamos ido, para que mire lo que debimos haber mirado? Es preciso, aprender a verter la mirada en el vacío y mantener la mirada vacía. Además, dejar que la mirada se detenga a vernos, y actúe como un espejo que nos constate la existencia.

Sólo necesitamos ahora
fundar una mirada que mire por los dos
lo que ambos deberíamos mirar
cuando no estemos ya en ninguna parte.

(Sexta Poesía Vertical No. 61)

Algunas de nuestras miradas
retornan para comprobarse en nosotros
o quizá para permitir que nos miremos desde enfrente
como si quisieran demostrarnos
que lo que nos ocurre
es una copia de lo que no nos ocurre.

(Sexta Poesía Vertical No. 19)

Por su parte, el mundo, ahora es concebido como lo perfecto. La imperfección es parte de la perfección en que nos movemos y existimos, es el vértigo de la oscuridad que tiene su propio foco de iluminación. La imperfección es la otra parte que nos completa el todo para que luego pueda pensarse incompleto, y vuelva a surgir la necesidad de completarlo.
Las cosas tienen su presencia aunque nadie las nombre, piense, mire o utilice. Las cosas, simplemente son presencia; no importa si ésta es vacía o línea de fuga de la imperfección. La palabra, por ejemplo, es una voz que crea presencia. No se ocupa sólo de nombrar, también es parte de una voz que mantiene todo despierto. La palabra sigue y relata el encadenamiento progresivo de las cosas, hasta llegar a ser resumen del silencio, “del silencio que es resumen de todo”.

El fruto es el resumen del árbol,
el pájaro es el resumen del aire,
la sangre es el resumen del hombre,
el ser es el resumen de la nada.
[...]
La palabra es el resumen del silencio,
del silencio, que es resumen de todo.

(Sexta Poesía Vertical No. 8)

Nosotros somos, no más que modelos de la nada. La vida es el inevitable paso entre la elongación y el recogimiento, a los cuales, apenas podemos agregarle el vacío de nuestra incertidumbre, el vértigo del incesante movimiento.
La muerte se nos presenta como un futuro impostergable que nos llama a vivirlo en el instante presente. Es importante, por tanto, reconocer de una vez, su dinámica y acostumbrarnos a ella para acortarle el tiempo (hacer que la muerte dure menos... que nosotros duremos menos). Así es como evitaremos cualquier aburrimiento. La muerte es una experiencia más de la vida, pues se alimenta de vida. Entre la vida y la muerte hay una reciprocidad, una relación consustancial.

Gastar por anticipado el tiempo de la muerte...
[...]
Tal vez así la muerte dure menos,
la vida use otras puertas
y no se cansen tanto
los ojos que nos miran.

(Sexta Poesía Vertical No. 13)


Séptima Poesía Vertical – La posibilidad muda del regreso

Al interior de una obra artística, de una creación poética, se encuentra su propio sentido, el cual no puede traducirse. El discurrir de los entes no humanos en el mundo, se configura sin buscar interpretaciones. Es el hombre, quien establece relaciones de interpretación, las cuales suponen, un alejamiento del sentido (espíritu) poético: una limitación a la imaginación contemplativa. Algo similar a lo que anotara Wittgenstein, “La obra se representa a sí misma” (18), no requiere traducciones.

Usar la propia mano como almohada.
el cielo lo hace con sus nubes,
la tierra con sus terrones
y el árbol que cae
con su propio follaje.

Sólo así puede escucharse
la canción sin distancia,
la canción que no entra en el oído
porque está en el oído,
la única canción que no se repite.

Todo hombre necesita
una canción intraducible.

(Séptima Poesía Vertical No. 1)

El hombre genera límites como la interpretación, y éstos terminan consumiéndolo. La facultad imaginativa es una demostración de lo posible que es lo imaginado. Imaginar es echar a volar todas las posibilidades. Por su parte, “lo imposible no levanta nunca la voz”. Es una posibilidad muda que no tiene por qué limitarnos.

En las entrañas del verano,
como una fibra más clara,
repercute la voz del heladero.

No es la infancia que vuelve.
No es algo de dios que se ha vestido de blanco.
No es una luna en el día.

Es sólo lo posible
que nos demuestra su existencia.

Lo imposible no levanta nunca la voz.

(Séptima Poesía Vertical No. 39)

El poema establece una ruptura con la dinámica que enmarca lo posible dentro de las limitadas posibilidades de expresión externa. La fuga hacia el afuera, se vuelca entonces hacia el adentro, cuando sucede la ruptura. Es necesaria dicha ruptura para que la mirada vuelva a dirigirse hacia el mundo interior. Pero esa mirada no implica un regreso. Aunque todo vaya hacia atrás, no es que se esté regresando. Podemos profundizar en el abismo, acelerar la caída, sobrellevar el vértigo de la existencia, y nunca hallar un intervalo repetido del tiempo.

No hay regreso.
Sin embargo,
todo es una invertida expectativa
que crece hacia atrás.

(Séptima Poesía Vertical No. 94)

Es como si se estableciera una competencia entre el “es” de éste tiempo con el “es” de otro tiempo y derivara en una nueva relación sujeto-objeto. El objeto adquiere una dimensión predominante, al punto de hacer que el sujeto se sienta estimulado a imitarlo en el instante final, para así asistir a la subjetivación del objeto.

Las cosas nos imitan.
Un papel arrastrado por el viento
reproduce los tropezones del hombre.
Los ruidos aprenden a hablar como nosotros.
La ropa adquiere nuestra forma.

Las cosas nos imitan.
Pero al final
nosotros imitaremos a las cosas.

(Séptima Poesía Vertical No. 92)


Octava Poesía Vertical – El vacío de la presencia

La presencia delinea una “certeza” espacial que empieza a ponerse en duda cuando la “intuición” del pensamiento nos sugiere que hace falta algo. La pregunta por ese espacio ausente es el camino para desnudar las “seguridades” de la presencia y hacerle notar su propio vacío. Como resultado tenemos que la presencia y la ausencia se juntan para proclamar el vacío constitutivo de ambas, el mismo vacío que las reafirma y que les hace sospechar de la existencia de algo por fuera del pensamiento.

Poner junto a la alegría por la hoja que está,
la alegría por la hoja que no está
y con ambas construir la alegría
por la hoja que ni está ni no está.

Aunque apenas alcance
para ocupar el espacio
de la hoja que falta en el pensamiento.

(Octava Poesía Vertical No. 36)

En ese algo que está más allá del pensamiento es que se ubica el mundo vertical: la mirada que crea todo al mirarlo, la mirada que se crea a sí misma. Es preciso que haya una doble creación, un movimiento recíproco entre lo observado y el observador, para luego virar de nuevo hacia el infinito.

Debemos conseguir que la rosa
que acabamos de crear al mirarla
nos cree a su vez.
Y lograr que luego
engendre de nuevo al infinito.

(Octava Poesía Vertical No.8)

Todo tiene su opuesto en sí mismo (en sus propias entrañas). Pero hay un lugar donde ya no existen los opuestos... Es allí donde todo se despierta, donde todo se integra.
La vida y la muerte tienen sus propios orificios, sus espacios olvidados por donde podrían fugarse en determinado momento. Y al desconocer esos orificios, indudablemente, seguiremos sujetados a la vida o a la muerte. Ocultamos el rostro, entonces se afianza la máscara... Y como todo nos asegura que ese rostro ya no nos pertenece, la máscara se revela como la gran transparencia.

Una hoja cae para ocultar su rostro,
su vergüenza por la violencia del otoño.
El árbol la comprende,
la tierra la comprende,
pero algo parecido a la luz
no percibe la vejez de sus bordes
de silencio quebrado.

La hoja se ha vuelto de papel.
Entonces un viento de papel la saluda:
le hace dar otra vuelta en el aire.

(Octava Poesía Vertical No.57)

 
Novena Poesía Vertical – El poema: celebración de la ausencia

El poema es una fiesta, una celebración continua de todo, una integración de los opuestos en un instante por fuera del tiempo, de la historia y de la vida. Es la expresión de lo imposible y una forma de crear el infinito.

El poema es siempre celebración
porque es siempre el extremo
de la intensidad de un pedazo del mundo,
su espalda de fervor restituido,
su puño de desenvarado entusiasmo,
su más justa pronunciación, la más firme,
como si estuviera floreciendo la voz

(Novena Poesía Vertical No. 3)

El poema nos transmite el mensaje de los actos primarios, silenciosos, libres. Es un “mensaje sin mensaje” que nos habla del otro lado de la vida y de la muerte; del lugar donde se abre la posibilidad del encuentro con el mundo interior, de hablarse a sí mismo en un ritual que libera los abismos contenidos de la creación. La palabra poética adopta la locura y se convierte en una entidad autónoma que puede vulnerar las reglas lingüísticas para crearse a sí misma.

Me ha despertado una palabra entre mis labios,
una palabra que parecía pronunciarse a sí misma.
[...]
¿Y quizá alguna de esas palabras
no podrá también prescindir de las formalidades habituales,
descartar la fonética
y generarse a solas, por su cuenta?

(Novena Poesía Vertical No. 40)

Hay lugares comunes por los que todos pasamos: la soledad, el vacío, la ausencia. Las sombras extraviadas o borradas, son heridas que la nada ha abierto para siempre. Somos un proyecto incompleto que nunca alcanzará su complemento – “Somos el borrador de un texto que nunca será pasado en limpio” –. Es preciso recordar, por una vez, esa ausencia y darle vida... ¡La ausencia es lo único que nos queda!

Hay que vivir lo que no tenemos...
[...]
Porque aunque tampoco tengamos
lo que tenemos,
lo que no tenemos
nos abre más la vida.

Desheredados del centro,
la única herencia que nos queda
está en lo descentrado.

(Novena Poesía Vertical No. 24)


Décima Poesía Vertical – Movimiento y quietud del lenguaje

Creamos un lenguaje para borrar otros lenguajes. Creamos un silencio para apagar otro silencio. Pero vendrá otro lenguaje que nos borrará el recién creado. El signo del lenguaje está en continuo movimiento, pues nace destinado hacia otra parte; sin embargo, olvida la facultad que tiene el movimiento para hacer que el mundo pueda coincidir, superponerse a sí mismo, y desconocer la separación que le ha creado el mismo lenguaje.
La palabra es herramienta y a la vez condena para el escritor. Libera y sujeta. Persigue y va adelante. Cuando todo se haya ido, aún quedará la palabra... Y volverá a escribir un nuevo mundo ¿Acaso el mismo mundo?

Cae la noche en lo eterno.
Sí, siempre cae la noche.
Se oye una respiración.
Y de pronto, unas pocas palabras,
las últimas que quedan.
Respirar ya casi no se oye.

Hay palabras que siguen
cuando ya no se respira.

(Décima Poesía Vertical No. 60)

El movimiento es el sostén de la vida, pero todo movimiento mata algo: antinomia del verbo. La vida: una sucesión de muertes... ¡Y la vida sigue! Por fortuna, el movimiento también tiene su instante de quietud, y en ese instante, se fragua un extraño mensaje por donde se cuela la belleza. “La belleza es una apremiante incertidumbre” que alimenta la búsqueda poética. Una parte del movimiento es todo el movimiento. Y el todo tiene la posibilidad de ser nada.

Un árbol es el bosque.
Pero para eso hace falta
que un hombre sea todos los hombres.
O ninguno.

(Décima Poesía Vertical No. 71)

El hombre es la voz que queda en medio de dos soledades... Es la puerta que no sabe a cual soledad dejar entrar ¿o salir? La memoria propicia una suma de desmoronamientos y se les adelanta. También hay desmoronamientos por fuera de la memoria, en el sitio olvidado de donde provenimos, el cual ya conoce el derrumbe final de cada cosa. Pensar es persistir en la creencia de que podemos crear mundos inconmensurables e inaprensibles. Y esa “certeza” que nos provee el pensamiento, no es otra cosa que la confirmación de la inatajable soledad – que no inicia su retorno sino que avanza firmemente –.

Pensar es una comprensible insistencia,
algo así como alargar el perfume de la rosa
o perforar agujeros de luz
en un costado de tiniebla.
[...]
Pensar es insistir
en una soledad sin retorno.

(Décima Poesía Vertical No. 8)


Undécima Poesía Vertical – El lugar de la creación poética

La creación poética es un acto propio de la vida en los extremos – el único lugar donde descansa lo real –. Sólo una “sobredosis” de extremo puede dar paso a una “verdadera” escritura. Una escritura desprendida del tiempo, del espacio, y de todos los demás condicionamientos. Una escritura hecha con sangre, que mantendrá su huella cuando todo se haya ido.
“El ser es escritura”. La palabra como mecanismo de la escritura, es dinamizada por una sola palabra: ¡Siempre! Siempre es la confirmación del movimiento... ¡Qué todo es movimiento!

La poesía se escribe siempre,
vivir se vive siempre,
algo despierta siempre:
poema-siempre.

El ser es escritura.

Y una palabra es suficiente
para toda la acción:
siempre.
El otro verbo,
nunca,
es tan sólo su sombra.

(Undécima Poesía Vertical I – 32)


El instante del lenguaje poético

No es la palabra, no es el silencio ¿entonces, qué es el “lenguaje poético”?. La clave para llenar éste vacío conceptual, podría estar en la construcción de un lenguaje para los finales, un lenguaje que sea despojo y abrigo (“abandono y encuentro”), un lenguaje que pueda llenar el silencio con palabras para que el silencio se apropie de sí mismo y pueda convertir las palabras en silencio. ¡Un lenguaje que viva el vértigo del instante! Cada instante puede ser el último, pero también el primero. Un instante borra al anterior y el que sigue borra al presente – ¿es presente?) –. Un instante proyecta el siguiente: crea a quien va a destruirlo. Un instante es una cadena ¿pero de qué? ¿Del lenguaje?

Cada poema hace olvidar al anterior,
borra la historia de todos los poemas,
borra su propia historia
y hasta borra la historia del hombre
para ganar un rostro de palabras
que el abismo no borre

(Undécima Poesía Vertical II – 25)


La renovación por el poema

El poema es la reafirmación de la juventud. Todo en su interior es alborada. Con el poema se renueva el creador y también el lector. El poema mantiene viva la capacidad de asombro, de sentir el movimiento, de ser el movimiento, de estar(ser) vivos... ¡Vivos aún en la muerte! En el poema reconocemos, asombrados, nuestra máscara – la máscara del asombro que se asombra de sí misma –.

Quizá las huellas del asombro
propongan una pista
para solucionar el enigma.

Y tal vez, al final,
sólo haya otro asombro,
como clave de todo.

(Undécima Poesía Vertical III – 5)


Ser el paraíso del poema

El tiempo es una ilusión, “el transcurrir es un punto”; y cuando intentamos sujetarlo, es que podemos confirmar que aquel es inaprensible. Constantemente nos asaltaron ciertas dudas respecto de cómo sería nuestro estado al despertar de los sueños: no reconocernos, no encontrarnos; haber olvidado el pasado (y así confirmar la no existencia).
No es que hayamos perdido el paraíso, ni que esté más adelante. Ser el paraíso es la posibilidad que nos queda... ¡Ser el paraíso aunque sea una pérdida constante!

No existen paraísos perdidos.
El paraíso es algo que se pierde todos los días,
como se pierden todos los días la vida,
la eternidad y el amor.
[...]
Y ya que sabemos además
que tampoco existen paraísos futuros,
no hay mas remedio, entonces,
que ser el paraíso.

(Undécima Poesía Vertical IV – 28)


Duodécima Poesía Vertical – La palabra y el mundo

La palabra también puede ser aquello que se calla. El poeta saca a la palabra de su cauce lingüístico y le confiere otra posibilidad de sentido, incluso, puede manifestarla en su versión inversa, lo cual no quiere decir que la convierta en silencio sino que la vuelve aquello que no habla. La palabra se sumerge en la quietud del silencio, sin embargo, “no cesa de hablar”.

La palabra que busco no está en la zarza ardiente,
que habla y después se extingue,
sino en la zarza apagada
que no cesa de hablar.

(Duodécima Poesía Vertical No. 79)

Fragmentos de palabras habitan en el interior de las cosas, y no hay que “encuadrarlos” dentro de una lógica nominativa para acogerlos. Dichos fragmentos son unidades completas a los que podemos acercárnosles pero por medios aún desconocidos por la visión horizontal del mundo que ha predominado.

Hay fragmentos de palabras
adentro de todas las cosas,
como restos de una antigua siembra.
[...]
Y hasta es posible que encontremos en cada cosa
un texto completo,
un reservado y protegido texto
que no es preciso leer para entender.

(Duodécima Poesía Vertical No. 6)

Es preciso, entonces, reconfirmar mi relación con el mundo “periódicamente”. Saber si la imagen todavía coincide con la que ha proyectado nuestra esperanza existencial. Pero por más grande que sea nuestra esperanza, su proyección no puede salvar la ausencia. No se puede llenar la nada con algo. ¡La nada se llena con nada!
La historia ha registrado el desacierto resultante de estar movidos por el azar, cuando éste se ha negado a sí mismo, cuando ha sido pero a la inversa. Tendríamos, pues, que comenzar la historia cuando comience el retorno del acierto, cuando el azar vuelva a ser azar, y luego dejar que el azar nos traiga lo que no buscamos – “Perderlo todo para ganarlo todo” –.
Y dado que “el hombre se ha vuelto del revés”, habría que establecer una sincronía con dicha actuación y volverlo todo del revés. Incluso volver el revés al revés – no para volver al derecho, pues esa imagen tampoco nos serviría –; pero tal vez, en ese juego de volverlo todo al revés, el hombre halle esa figura anhelada que lo motivó a volverse del revés.
Todo puedo olvidarlo y repetirlo de la misma manera. Sólo el amor se rehace cuando intentamos volver a repetirlo. Establecemos un círculo: olvidar y repetir. Y cuando olvidamos y repetimos el amor, abrimos el círculo, dejamos que se expanda definitivamente... Hasta el infinito que también podemos repetir.

Podría olvidar algo que he escrito
y volver a escribirlo de la misma manera.

Podría olvidar la vida que he vivido
y volver a vivirla de la misma manera.

Podría olvidar la muerte que moriré mañana
y volver a morirla de la misma manera.

Pero siempre hay un grano de polvo de la luz
que rompe el engranaje de las repeticiones:
podría olvidar algo que he amado
pero no volver a amarlo de la misma manera.

(Duodécima Poesía Vertical No. 18)

La ternura crea lo distante y lo cercano, y siempre, rompe esa línea ilusoria que, aparentemente, los separa. Lo distante y lo cercano comparten el mismo espacio. Y en todo espacio – aún en el vacío – siempre hay una fiesta. La vida es una fiesta que podemos revivir cuando queramos.
El paso por la vida ha sido “una visita breve”. Se nos abrió una puerta y encontramos otra cerrada. Esperábamos sólo una puerta para entrar o salir pero tuvimos que aprender a crear ventanas para poder “ver” el afuera desconocido.

Dibujaba ventanas hasta en las puertas.
Pero nunca dibujó una puerta.
No quería entrar ni salir.
Sabía que no se puede.
Solamente quería ver: ver.

(Duodécima Poesía Vertical No. 8)

Poco fue lo que alcanzamos a hacer pero cuando vimos que la puerta antes cerrada, estaba empezando a abrirse, entonces nos aferramos a las facetas olvidadas para construir ventanas que nos permitieran ver más allá del umbral que nos espera. Y en ese momento, “fue mejor no hacer la cuenta”. Nuestro saldo era imposible, como también el saldo de todo y del ser. Nada nos pudo asegurar que nuestras cifras fueran confiables, y faltaron los otros elementos para completar la operación.

Es mejor no hacer la cuenta.
Sería nada más que otro reflejo.
El saldo del hombre es imposible.

También es imposible
el saldo del todo,
el saldo del ser.

Faltan en ambos casos
las cifras fidedignas,
la raya, el resultado
y aun la mano que pudiera escribirlo.

(Duodécima Poesía Vertical No. 76)

 
Decimotercera Poesía Vertical – Creación por la palabra y olvido por el tiempo

Entre el nombrar y el escuchar se teje una relación de armonía para que suceda la ceremonia del mundo. Es preciso aprender a escuchar las palabras que nos nombran, y luego también nombrarlas, para que si alguien las escucha, continúe la ceremonia de la creación del mundo por la palabra. Es la palabra la que crea al infinito, luego de ser impulsada por un reflejo de la luz, o de ser ella misma la luz.
Pero también podríamos no decir nada, y dejar que el mundo siga por sí mismo en su búsqueda de equilibrio – “no decir nada para decirlo todo” –, pues al intentar estirar el mundo (“convertirlo en filamento”), correríamos el riesgo de dejar a nuestras manos sin cómo agarrarse: “No nos enseñaron a sostenernos de una sombra”.

No hacer nada
salva a veces el equilibrio del mundo,
al lograr que también algo pese
en el platillo vacío de la balanza.

(Decimotercera Poesía Vertical No. 52)

Cuando el mundo se afina
como si apenas fuera un filamento,
nuestras manos inhábiles
no pueden aferrarse ya de nada.

No nos han enseñado
el único ejercicio que podría salvarnos:
aprender a sostenernos de una sombra.

(Decimotercera Poesía Vertical No. 32)

Recordar es abrir un boquete en el tiempo, y posiblemente, al adentrarnos en ese espacio abierto, encontremos lo que debamos recordar, lo cual aún no recordamos.
Alguien vigila el absurdo transcurrir del tiempo “a la espera de que pase todo esto”. Al tiempo, un movimiento de reversa que todo lo vigila, se procura borrarse a sí mismo. Una suma de olvidos que nos confirma lo que se olvida: “volverse inmortal y morirse”.

También vivir es olvidar que se vive.
Y amar olvidar que se ama.

(Decimotercera Poesía Vertical No. 55)

El pensamiento es producto de una carencia de “sustancia”. Lo creamos ante la imposibilidad de ser “materia más concreta”. Hay una propensión del hombre a fugarse hacia el lugar donde todo comienza: lo desconocido que nos sirve de impulso – que jamás está aquí –. ¿Pero, entonces, todo acaba aquí o sólo algunas veces? ¿Es éste el lugar para los finales? El pensamiento nos mantiene en un estado de satisfacción, de plenitud, aunque nos falte algo, pues lo que nos falta no nos hace falta. Es muy fácil llenar el vacío pero lo que no podemos es vaciarlo de nuevo. El vacío se renueva por sí mismo.

Vieja calle sin nadie.
Sería fácil ocuparla.
Pero después no se podría
vaciar otra vez.

Es mejor que siga así,
sabiamente sin nadie.
Es necesario respetar
la iniciativa del vacío.

(Decimotercera Poesía Vertical No. 89)


Decimocuarta Poesía Vertical – El llamado del tiempo

Ante la presión constante que nos ejerce el tiempo, es conveniente desconocerlo; olvidarse de la edad, del pasado, del futuro... Olvidar la intención cuantificable que nos crea o nos recuerda el avance o el retroceso.
La vida fue una espera, sin embargo, en un momento nos dimos cuenta que no había habido nada que pudiera esperarse. Olvidamos que la vida era agitación y que debíamos impulsarla, avivarla, incluso, infringirla. Vivimos en el abismo, y cuando logramos alejarnos un poco, no dejamos de añorarlo. Ahora, esperamos que en la muerte también “todo sea un abismo, no otro rumbo”, y que allí, por fin “nos crezcan alas”. Es como si se hubiese frustrado la existencia (una creencia frustrada del ser y de la vida). ¿Estuvimos a la espera de qué? ¿Buscamos llegar a dónde... Si nada recibe al todo? Hay un instante en que se debe descansar... Descansar de la existencia: aprender a morir y hacerlo sin dudar cuando venga el llamado del tiempo. Luego, “brindar cuando la copa esté vacía”: fortalecer el último aliento para esperar la continuación. Y si ésta se diera, ¡Bebérsela toda en un solo sorbo!
Tenemos un sitio único hacia donde partir: el lugar que no reconoce los opuestos porque son apenas “estados provisorios” que tenderán a integrarse, el lugar donde se ha roto la dicotomía. En el momento de partir, se precisa hacerlo con convicción, aunque no exista aquel sitio.

Llega siempre un momento
en que hay que descansar de los hombres,
como la rosa del jardinero
o el jardín de la rosa.
[...]
Como un creador descansa de su creación
o la creación de su creador.

(Decimocuarta Poesía Vertical No. 13)

La transparencia es una puerta abierta hacia el regreso. “Pero el regreso no existe”, sin embargo, es mejor no borrar la transparencia, no borrar la posibilidad del regreso.

Atravesar la transparencia
es en cambio abolir todo regreso.

Y aunque el regreso no exista
Es preferible no borrarlo.

(Decimocuarta Poesía Vertical No. 14)

Todo intento frustrado, ya era inútil desde antes de emprenderlo. Todo proyecto truncado “era para otro mundo” – ¿Éramos para otro mundo? ¿El mundo era para otro mundo? ¿Los dioses se extraviaron de mundo? ¿Qué fuga de otro mundo nos trajo hasta éste mundo? –. Siempre hay ausencias (vacíos) de palabras en todos los lenguajes. Ausencias con reflejo que fundan otro lenguaje, y puede pasar lo mismo con “los lenguajes y las palabras que no existen”: apertura de la puerta hacia la nada.
“Escribir un poema sobre nada”, sobre lo que no ha existido y tal vez nunca exista, o escribirlo con lo que ya es ausencia. Es, justo, en ese poema sobre nada y con ausencias, que pueden caber todos los poemas – “Como si descansaran en su forma, en su forma o su nada”. ¡“Perderlo todo”!... Buscar la levedad, el vértigo, el azar: ser todo “desposesión”.

Perderlo todo.
Abandonar un sueño
y hallar otro:
el sueño donde habita
el vértigo más suelto del azar.

Y el canto que ni los dioses cantan,
por mucho que lo ensayen,
el canto más liviano que los dioses:
el canto de la desposesión.

(Decimocuarta Poesía Vertical No. 9)

El mundo es una serie de versiones sobre distintos lugares, lugares donde no cabe el ser porque “ser no necesita lugar”. Cuando logramos entender aquello, entonces ya no debemos partir – “la última partida tampoco existe” –, solamente hay que continuar la partida que desde siempre habíamos iniciado. Es como si al fin, hubiéramos entendido que ya no hay respuestas ni preguntas – la única pregunta existente es la que no se enfrenta a nada, y su respuesta puede ser el silencio –. De nuevo, corroboramos la necesidad de integración. Tal vez, en alguna cima, las respuestas sean iguales a las preguntas.

Las respuestas se han acabado.
Quizá nunca existieron
y sólo eran espejos
enfrentados al vacío.

Pero ahora también las preguntas se han acabado.
Los espejos se han roto,
hasta los que no reflejaban nada.
Y no hay modo de rehacerlos.

Sin embargo,
tal vez quede en alguna parte una pregunta.
El silencio es también una pregunta.

Resta un espejo que no puede romperse
porque no se enfrenta a nada,
por que está adentro de todo.

Hemos encontrado una pregunta.
¿Será el silencio también una respuesta?

Quizá a determinada altura
Las preguntas y las respuestas son exactamente iguales.

(Decimocuarta Poesía Vertical No. 113).

NOTAS

1.      Roberto Juarroz, La creación del arte. Incidencias freudianas, Ed. Nueva Visión SAIC, Buenos Aires, 1991.
2.      Roberto Juarroz, La creación del arte. Incidencias freudianas, Ibídem.
3.      Roberto Juarroz, La fidelidad al relámpago. Conversaciones con Roberto Juarroz, Ed. Sin Nombre / Juan Pablos Editor, México 1998.
4.      Gastón Bachelard, El aire y los sueños. Imaginación y movilidad, Ed. Fondo de Cultura Económica Ltda., Bogotá, DC., 1993.
5.      Gastón Bachelard, El derecho de soñar. Instante poético e instante metafísico, Ed. Fondo de Cultura Económica Ltda., Bogotá, DC., 1993.
6.      Gastón Bachelard, El aire y los sueños. La caída imaginaria, Ibídem.
7.      Martín Heidegger, Arte y poesía. Hölderling y la esencia de la poesía, Ed. Fondo de Cultura Económica, México, DF., 1997.
8.      Roberto Juarroz, La creación del arte. Incidencias freudianas, Ibídem.
9.      Roberto Juarroz, La creación del arte. Incidencias freudianas, Ibídem.
10.  Gastón Bachelard, El derecho de soñar. Instante poético e instante metafísico, Ibídem.
11.  Roberto Juarroz, La fidelidad al relámpago. Conversaciones con Roberto Juarroz, Ibídem.
12.  Roberto Juarroz, La creación del arte. Incidencias freudianas, Ibídem.
13.  Roberto Juarroz, La creación del arte. Incidencias freudianas, Ibídem.
14.  Roberto Juarroz, Poesía y creación diálogos con Guillermo Boido, Ed. Carlos Lohlé, Buenos Aires, 1980. Queremos hacer notar que no nos hemos detenido en la biografía de Roberto Juarroz. Seguimos la sugerencia del autor, según la cual “la poesía no se explica por circunstancias exteriores” y preferimos concentrarnos en la vida interior de los poemas y en las “reacciones prácticas” que nos surgieron a lo largo de la lectura-escritura. 
15.  Gastón Bachelard, El aire y los sueños. La caída imaginaria, Ibídem.
16.  Gastón Bachelard, El aire y los sueños. La caída imaginaria, Ibídem.
17.  Roberto Juarroz, La fidelidad al relámpago. Conversaciones con Roberto Juarroz, Ibídem.
18.  Ludwing Wittgenstein, Lecciones y conversaciones sobre estética, psicología y creencia religiosa, Ed. Paidós Ibérica, S.A., Barcelona, 1992.