sábado, 9 de julio de 2011

El rizoma y la praxis libertaria








Los conceptos presentados en el Anti Edipo, son ampliamente desarrollados y vinculados con varios acontecimientos ubicados en diferentes momentos de la historia, en Mil mesetas, el segundo libro del dúo Deleuze-Guattari, el cual podemos asumir como el paso inicial de un programa esquizoanalítico. Desde la ubicación que se realiza en la introducción (con la descripción del funcionamiento del Rizoma), se nos indica cómo, desde el acto de escribir, se puede realizar una praxis tanto revolucionaria como reaccionaria, que libera o que conserva los antiguos esquemas. Un primer problema que aborda el texto, tiene que ver con el devenir del libro y su función dentro de la construcción de pensamiento y de poder. Tras analizar dos modelos anteriores (libro raíz y libro raicilla), y corroborar que aquellos responden a dinámicas determinadas por un núcleo totalizador, se propone una tercera experiencia, que corresponde con la dinámica libertaria del esquizoanálisis: el libro rizoma

En esta tercera noción de libro (que corresponde a una multiplicidad real) se presentan relaciones de agenciamientos (que ponen en conexión las multiplicidades y que están constituidos por “líneas y velocidades mesurables”), los cuales rompen con la configuración orgánica y la “necesidad” supuesta de que en el libro debe haber una relación significado-significante. De esta forma, la preocupación que surge ya no es por saber ¿qué quiere decir? sino por conocer, cómo, con qué funciona, es decir, qué conexiones de intensidad tiene. Lo anterior supone que el acto de escribir más que con significar, tiene que ver con deslindar, cartografiar. El rizoma se ha desprendido del modelo estructural que intenta hacer calcos o reproducciones del mundo (delineando organizaciones sintagmáticas) para trazar mapas (que son “abiertos, conectables, desmontables, modificables”) o sea, para experimentar en lo real. Pero en el rizoma también hay estructuras de árbol o de raíces, así como también, en la raíz hay brotes rizomáticos. Él rizoma no descarta establecer relaciones (no jerarquizadas) con raíces o con calcos, puesto que es expresión total de libertad de movimientos, que está constituido por direcciones cambiantes y que busca generarle nuevas orientaciones al pensamiento, partiendo de cero.

En el rizoma, lo múltiple es tratado como sustantivo: multiplicidad. Las multiplicidades se definen por el afuera (donde se sustrae lo Uno: “n – 1”), por las líneas abstractas, las líneas de fuga o de desterritorialización que lo habitan. En él no hay puntos ni posiciones, “no hay unidades de medida sino variedades de medida” – “cualquier punto del rizoma puede ser conectado con cualquier otro” –. No tiene ni principio ni fin, ni sujeto ni objeto, no va tras de la trascendencia sino que es pura inmanencia. Puesto que el rizoma ha puesto en juego distintos regímenes de signos, e incluso, estados de no-signos, puede soportar el ser roto o interrumpido en cualquier parte, ya que tiene cómo recomenzar, según las diversas líneas de fuga que lo conforman, para producir nuevos enunciados, crecer y desbordarse en una nueva meseta.

Las diversas nociones que se alcanzan a esbozar en la exposición de lo que sería el libro-rizoma, son desarrolladas ampliamente por Deleuze-Guattari en las mesetas de su segundo libro, las cuales mantienen conexiones a través de microfisuras, sin abandonar su autonomía dada por la continuidad de intensidades, y sin estar circunscritas a una raíz principal. 

Tal como hemos venido anunciando, el esquizoanálisis rompe con anteriores discursos hegemónicos y se instala en la periferia para establecer nuevos tipos de conexiones con distintos saberes y prácticas. Para alcanzar este objetivo, es preciso empezar a crearle fisuras a la lógica binaria (de las relaciones biunívocas) que es la que domina el psicoanálisis, la lingüística, el estructuralismo y la informática. Por este motivo, además del psicoanálisis también se hace necesario desnudar otras disciplinas que también han mantenido relaciones fijadas a estructuras originarias y determinadoras de todo. En la meseta Postulados de la lingüística, se muestra ampliamente cómo el lenguaje está hecho para obedecer y hacer que se obedezca. Su labor no es para informar, sino para “ensignar”, dar órdenes – “Una regla de gramática es un marcador de poder, antes de ser un marcador sintáctico” (MM, 104) –. El enunciado (unidad fundamental del lenguaje) es la consigna, es decir, cualquier palabra o enunciado con presupuestos implícitos, con actos de palabra que sólo pueden realizarse en el enunciado. De esta forma, podemos hablar de una relación redundante (entre el enunciado y el acto) pero no identitaria. Mostrarla como unidad es lo que pretenden hacer los periódicos al decirnos lo que “hay” que pensar, retener, entender, etc. Pero sucede que el lenguaje no es informativo (no remite a una información significante) ni comunicativo (en el sentido de que esté hecho para establecer comunicaciones intersubjetivas). La función-lenguaje remite es a agenciamientos (que son, fundamentalmente, libidinales e inconscientes), y éstos remiten a transformaciones incorporales (que son variables). No hay enunciado individual, hay agenciamientos maquínicos productores de enunciados. El mismo nombre propio no designa a un individuo. Éste adquiere su verdadero nombre propio cuando se abre a las multiplicidades. Y en este punto es importante tener en cuenta, para efectos de entender la incidencia del lenguaje en la construcción de subjetividad, que el mismo YO es una consigna, y como tal, lo hemos asumido para afianzar el poderío de Edipo, pues en el psicoanálisis se le priva al sujeto de la enunciación en aras de la “neutralidad psicoanalítica”.

Un agenciamiento, en su eje horizontal, incluye dos segmentos (de contenido y de expresión) dentro de los cuales podemos distinguir un agenciamiento maquínico de cuerpos (acciones y pasiones) y un agenciamiento colectivo de enunciación (actos y enunciados, transformaciones incorporales atribuidas a los cuerpos). Y en su eje vertical, el agenciamiento tiene partes territoriales (que estabilizan) y máquinas de desterritorialización (que arrastran). De esta manera, podemos ver cómo, expresión y contenido están interrelacionados, “son inseparables de un movimiento de desterritorialización que las arrastra” (MM, 92).

La lingüística tiene unas invariantes estructurales (constantes, universales, sincronías, homogéneas) que le resultan esenciales para sostener un discurso a favor de su cientificidad. Sin embargo, los sistemas no se definen por sus constantes y por su homogeneidad, sino por su variabilidad (que es “inmanente, continua y regulada”). La realidad es que la lengua está en variación (tiene un cromatismo como estado variable) y le da al pragmatismo sus intensidades y valores. Por eso, ante esta estructura de la lingüística, Deleuze y Guattari oponen la “máquina abstracta”, que resulta de la relación con todo el conjunto del agenciamiento. En ella hay valores pragmáticos y variables internos (de expresión y de contenido), que la alejan del modelo arborescente (lineal) de la lingüística. Ya no es lingüística sino diagramática, y el contenido no es significado (máquina abstracta de lingüística) y la expresión no es significante (diagrama del agenciamiento). Los dos son variables del agenciamiento. Es así como la lengua se vincula de la manera más profunda con el campo social y los problemas políticos en la máquina abstracta. El lenguaje, entonces, ya no puede ser puro lenguaje (como agenciamiento colectivo de enunciación). “La unidad de una lengua es fundamentalmente política” (MM, 104), reproduce maneras para que un poder se convierta en dominante, para que los individuos se “expresen correctamente” dentro de unos parámetros controlables para el agente dominante. Frente a esta realidad, el esquizoanálisis propone “ser extranjero en su propia lengua”, es decir,  conquistar su propia lengua (menor) para hacer huir la lengua mayor (“un devenir menor de la lengua mayor”); ese el camino del creador, del artista, del libertario, para mantener su autonomía: “El devenir minoritario como figura universal de la conciencia se llama autonomía” (MM, 108)


Siguiendo con la desmitificación de ciertas disciplinas, el esquizoanálisis también se acerca a la semiología para entender su funcionamiento, y conocer los lineamientos de base que le dan vida a su estructura interpretativa.  Respecto de aquella, Deleuze y Guattari nos dicen que “la semiología sólo es un régimen de signos entre otros, y no precisamente el más importante. De ahí la necesidad de volver a una pragmática” (MM, 117). Para ellos, la significancia y la interpretación son las dos enfermedades que produce el régimen de signos normativos (el régimen significante del signo, el signo significante), el cual está estructurado bajo la siguiente fórmula: “el signo remite al signo, y remite al signo hasta el infinito” (MM, 118). Es así como se constituye una cadena significante con base en la redundancia formal del significante. Por lo anterior, los autores consideran que esas enfermedades, son la verdadera  “neurosis de base”.
Para ampliar estos planteamientos, toman al rostro como uno de los elementos esenciales que deben ser observados, por ser el constituyente de una nueva sobrecodificación en el sujeto. El rostro no hace parte del cuerpo como la cabeza; sólo aparece cuando la cabeza deja de estar en el sistema codificado del cuerpo. El rostro es una superficie, un mapa, no un volumen; y se enrolla sobre éstos para rostrificarlos. Cuando el cuerpo se descodifica, aparece el rostro para sobrecodificarlo. Es decir, el rostro se extiende a todas las partes del cuerpo para mantener su poderío global. En el rostro hay una pared blanca inanimada (para la significancia) y un agujero negro brillante (para la subjetivación), y además, vacío y aburrimiento. De esta apreciación se deriva la noción de rostridad, entendida como sustancia de expresión particular de la redundancia formal del significante: el rostro capta y devuelve las redundancias de los signos significantes. De esta manera, el rostro fulge como el cuerpo del déspota, del dios que se muestra para evidenciar su poderío a través de su nueva significancia. Hay significancia porque un agenciamiento despótico la sustenta; asimismo, hay un agenciamiento autoritario que sostiene la subjetivación. Esto conlleva a un imperialismo de la nueva semiótica, que sabe de antemano, y está segura de ello, precisamente por que ha ejercido su labor silenciosa para incidir sobre las semióticas polívocas y las corporeidades para desterritorializarlas y expresar su poder excluyente una vez se ha hecho dominante. A este proceso lo llaman la máquina de rostridad (producción social de rostro), en la que el cuerpo descodificado se sobrecodifica por medio del rostro.

Volviendo a la dinámica de la semiología, se pueden identificar claramente en ella, dos regímenes de signos: uno despótico, significante, paranoico; y otro autoritario, postsignificante, subjetivo o pasional. Dentro de esta estructura es que se ubica Edipo, el cual es “un caso claro de semiótica mixta (presignificante, contrasignificante y postsignificante): régimen despótico de la significancia y la interpretación, con irradiación del rostro; pero también régimen autoritario de la subjetivación y del profetismo con desviación del rostro” (MM, 129). Pero frente a esta máquina significante, se instala una máquina abstracta en la que no hay regímenes de signos sino diagramas, los cuales no tienen ni sustancia ni forma, ni contenido ni expresión. El diagrama sólo tiene “rasgos” de aquellos. Y en este punto es donde brota el flujo esquizoanalítico para ampliar la visión y establecer nuevos relaciones transversales. La primera preocupación del esquizoanálisis es ubicar la relación del rostro con la máquina abstracta que lo produce; y la segunda, entender la relación del rostro con los agenciamientos de poder que necesitan esa producción social. Por esta razón, el análisis del rostro es fundamental en la praxis esquizoanalítica, dado que “el rostro es una política” (MM, 186).

El programa (político) que propone el esquizoanálisis invita a buscar los propios agujeros negros y las propias paredes blancas, a conocerlos, por ende, a conocer los rostros. Sólo así podremos deshacerlos, trazar nuestras propias líneas de fuga. Pero, como nacimos con aquellas realidades, el programa debe llevarnos es a darle un uso nuevo. No es que se acepten como necesarios sino que se deben utilizar como instrumentos que es preciso usar de otras maneras. Al hombre le corresponde escapar al rostro, establecer un devenir imperceptible, un devenir clandestino. En este sentido se ubica el llamado que nos hacen Deleuze y Guattari: “¡Experimenta en lugar de significar y de interpretar!” (MM, 141).

En el siguiente cuadro resumimos la pragmática (para hacer rizoma) y la práctica que propone el esquizoanálisis frente al devenir de la rostridad, teniendo en cuenta la siguiente confirmación que realizan los autores: “El lenguaje remite a los regímenes de signos, y los regímenes de signos a las máquinas abstractas, a funciones diagramáticas y a agenciamientos maquínicos que van más allá de toda semiología, de toda lingüística y de toda lógica” (MM, 150)

Pragmática
Práctica
1. Generativa: estudia semióticas mixtas concretas, mezclas y variaciones.
1. Hacer el “calco” de las semióticas mixtas.
2. Transformacional: estudia semióticas puras que se transforman (creación de nuevas semióticas).
2. Hacer el “mapa” transformacional de los regímenes (traducción, creación, brote en los calcos).
3. Diagramática: estudia máquinas abstractas (relación de materias semiótica y físicamente no formadas).
3. Hacer el “diagrama” de las máquinas abstractas.
4. Maquínica: agenciamientos que efectúan las máquinas abstractas.
4.  Hacer el “programa” de los agenciamientos que hacen circular el movimiento.


Imágenes tomadas de la circulación libre en la red