domingo, 30 de octubre de 2016

Tristura, poesía reunida de Miguel Méndez Camacho


Ediciones Exilio (fundacionexilio@gmail.com, que dirige el poeta Hernán Vargascarreño) acaba de publicar toda la poesía de Miguel Méndez Camacho (Cúcuta, 1942) bajo el título Tristura -Poesía reunida-, libro que recoge los cuatro libros de poesía publicados por el poeta a lo largo de cincuenta años de vida literaria: Los golpes ciegos (1968), Poemas de entrecasa (1971), Instrucciones para la nostalgia (1984) y Memoria de tu cuerpo (2003).
Medio siglo de poesía para tan solo cuatro títulos dan fe de la rigurosidad con la palabra que el poeta Méndez Camacho ha tenido al momento de publicar. Sin embargo, muchos de sus poemas tienen ya el carácter de emblemáticos para la poesía colombiana, y han sido referente para las nuevas generaciones de poetas, quienes identifican muy bien títulos como: Para asumir la soledad, Escrito en la espalda de un árbol, Kampeones, La formal, Ernesto, Don Pablo, Tristura… entre otros.

La poesía de Miguel Méndez Camacho, contundente, escueta, certera, centra sus temas en la amistad, la soledad, el erotismo y el paso del tiempo como un recuerdo que prevalece ante la belleza efímera y perturbadora.


El poeta Méndez Camacho ha ejercido la diplomacia, el derecho, el periodismo y también es autor de otros libros de reportajes, artículos de prensa, novelas. Y desde la Universidad Externado de Colombia, donde ejerce como Decano Cultural, lidera el mayor proyecto editorial de poesía de Hispanoamérica con la colección Un libro por centavos, que hasta la fecha ha publicado 128 títulos con tirajes de entre 8.000 y 13.500 ejemplares por edición. 

Aquí una muestra de sus poemas:


Tristura

Las primeras señales del olvido
no son ritual de puertos o viajeros,
las ausencias
no requieren de adioses.
Los abandonos
no necesitan ceremonias.

Uno se va sin trenes
sin aviones,
uno se va sin barcos.
Uno se va.

  
Dedicatoria

Ando perdido
pero jubiloso.
Confieso que no sé
a dónde voy,
pero la alegría me delata:
todos saben
que vengo de tu cuerpo.



Ernesto

Che: no me culpes a mí
por incumplir la cita de los montes.
Juro que quise ir
pero no tuve el valor suficiente.
Me dio pavor la selva
la puntería del hambre
los mosquitos y los boinas verdes.
Me dio miedo
cambiar tecla por gatillo
máquina por fusil
sueños por revolución.

Che: no me culpes a mí,
soy un cobarde
juro que quise ir.

  
Lucrecia

Mi madre nunca tiene en mis poemas
un lugar muy exacto; 
siempre está dando vueltas 
huyendo y regresando, 
aquí y allá, 
de la vigilia al alba 
limpiando y remendando mis palabras 
como si fuera oficio de la casa.

  
Escrito en la espalda de un árbol

No recuerdo si el árbol daba frutos
o sombra,
solo sé que dio pájaros.

Que era el centro del patio
y de la infancia.

Que en la madera fácil
tallé tu nombre encima
de un corazón flechado.

Y no recuerdo más:
tanto subió tu nombre con el árbol
que pudiste escaparte
en la primera cosecha que dio pájaros.


La soledad

Si miramos el rostro de la amada
y cerramos los ojos
para palparlo luego en la memoria
el fantasma del miedo nos traiciona.
Por eso los amantes
no se dan nunca nada el uno al otro
y las manos que recorren los cuerpos
no persiguen la piel
sino el olvido de la futura soledad.
Y las caricias se prodigan
no a los cuerpos
sino al vacío de la ausencia
al temor de quedar sin compañía.


Foto de Miguel Méndez Camacho, por Indira Restrepo


domingo, 9 de octubre de 2016

Propiedad Horizontal, poemario de Damián Lamanna


¿Dónde habitar en este tiempo preñado de incertidumbre? ¿Dónde establecer una morada que pueda, a la vez, ser refugio y espacio para la revelación? ¿Cómo asir ese instante en el que la existencia devino afecto puro o quizás máxima agitación? Seguramente, Damián Lamanna no ha dejado de indagar, una y otra vez, en las enmarañadas superficies que estos interrogantes nos proponen, y tal vez, las preguntas se hayan arraigado tanto que solo alcance a vislumbrar un presagio, un atisbo de certeza que reside en la memoria, tal como nos lo afirma en su poemario "Propiedad horizontal", publicado por añosluz (Argentina, 2016). 

Recorrer la casa (su construcción más íntima) y auscultarla; sincronizar los pasos propios con ese latido que aún pervive, alienta y dignifica; esa es la ruta que Damián nos enseña con sutileza y armonía, y claro, con gran desgarramiento, porque en estos países que nos han sido dados, la memoria ha dejado de ser esa potencia que alimenta y se ha tenido que resignar con el confinamiento al que la han entregado aquellos, cuyas vidas solamente son dignas del ocultamiento.

Por fortuna, en este poemario habita el poderío de una voz joven que sabe apelar a su potencia para decirnos sin claudicar que "las imágenes siguen gritando hasta encender las luces". Finalmente, al poeta sólo le queda una certeza (aunque puede ser no más que una pregunta por naturaleza indescifrable): que él es su propia casa (su propio vértigo) y que en ella nunca viene a aposentarse el vacío.

Comparto algunos de los poemas que conforman este libro:


2

porque nos encerramos entre columnas de polvo
y tememos a la luz
porque escondemos el sentido
con ojos de pared sucia

el caos muere en la palabra
marchamos al fondo
rodillas en la nuca
baba sangre tibia

calamos el viento sin huesos
y naufraga
la pregunta


8 / retroceder lleva el doble de años

desentrañar el hilo
cada vuelta hasta que el ovillo
aparezca latiendo

la montaña nace, se reproduce y muere
en mi cabeza, el recorrido del fuego
termina en una estrella esférica
con las ramas llenas de pájaros

el ovillo respira en la mesa
y hay que sanar lo que quedó

de los descuidos
sobrevive
un túnel oscuro y tibio
para que entre el agua luminosa


12 / paredes

los clavos dejaron
constelaciones en el cuarto
agujeros negros que despiertan
la familia
donde habito

si no los tapo
la casa podría llenarse
de sangre, toda esa gente
que no termina de irse


18 

hablo dormido cada noche
hablo con todos ellos
que bajan desde las montañas
para habitar mi patio, después de la guerra
me dedico a juntar los hijos regados por el piso
el miedo a que en nuestra ausencia crezcan

hay un rumor que transpira
se baña cantando, llena la cañería
me arranca la ropa
mientras incendio el desayuno


21

en qué se convertirá tanto futuro
la humedad de los ojos frente al durlock
que mancha los libros
con todo lo que hay afuera
armar una casa para invitarte
y que no vengas
porque va a seguir siendo peligrosa




Imágenes tomadas de la circulación libre en la red

lunes, 3 de octubre de 2016

Simón Zavala, El lenguaje de las pisadas



En este día de dolor, de asombro y de oquedad ante la persistencia de aquellos discursos que se niegan a ver más allá de su corto universo, hay que buscar asideros, fortalezas que nos calmen para reiterar que la muerte no puede seguir teniendo la última palabra. Por suerte, como una revelación, vino a mi sombreada tarde, la voz del poeta ecuatoriano Simón Zavala, a quien conocí en el pasado encuentro de escritores, Vuelven los Comuneros, el cual acaba de realizar su décima versión en las bravas tierras de Santander. 

Zavala me ha confirmado que la iniquidad no puede llegar disfrazada de altura y que el olvido no cabe dentro de nuestros corazones rebosantes de afecto; que aquellas víctimas de todos los autoritarismos nos siguen convocando en el viento, en el polvo, en las piedras luminosas.

Del poemario "Fisonomías", editado en Quito en 1988, he seleccionado tres poemas que nos ayudan a perfilar la voz de este aguerrido poeta latinoamericano.


LAS ENTRAÑAS DE LA VIDA

Quién los vio?
Con qué ojos se perdieron en las sombras
de la noche
en qué noche
en qué día nocturno ensombrecido y negro
en qué madrugada no sabida.

Quién escuchó sus pasos caminando
insepultos en la obscuridad
hacia lo desconocido
lo fuera de la imaginación
lo no narrable.
Quién pudo retener en sus sentidos
el golpe
seco de sus pies
asiéndose a la tierra 
cuerpo de madre eterna
para no dejarse llevar.

Quién recogió el sonido de sus
últimas sílabas
de sus alientos y vómitos aferrándose
a las respiraciones atrapadas
en las manos fangosas de los verdugos.

Quién retuvo la sal de sus
ensangrentadas palabras
deshaciéndose lentamente en los nudillos
de los capturadores
en la bolsa llena de excrementos que cubre
sus cabezas
en el penthotal inyectado noche y día.

Quién supo de la locura de sus huelllas
digitales despanzurradas
por los demonios de la tortura
por los destajeros de la muerte
por los dueños de los barrotes
para borrar todo indicio
toda caricia
toda identidad  todo nombre.
Quién bebió de ellos? Quién los tuvo por 
última vez
en su memoria
en su lágrima
en su recuerdo?
Quién los pudo mirar inivisble
en la lobreguez de sus encierros
imposibles de encontrar
en los hilillos de luz que saltan de las
cuerdas cebosas
donde por días y días yacen colgados
sus pulgares
en el estallido de la picana que alucina
sus genitales
sus lenguas
sus oídos
sus plantas de los ppies
sus gritos indoblegados 
en el torrente de agua que a presión
introducen en sus gargantas
para que los intestinos broten 
                                por la nariz
o por la boca
o por el ano
en el brillo de las puntas de acero que
levantan
con todo el dolor del mundo
las uñas de los dedos
en el pitillo que quema sus brazos
sus piernas
sus vientres
y sus mejillas todavía tibias por el calor
de los que deben vivir
con el sacrificio de sus muertes.
Quién los pudo abrazar en ese último
instante
quién pudo darles el último apretón
de manos
la última muestra de solidaridad
el último beso
quién pudo recoger la luz de sus ideas
pasando por sobre la cobardía
                        de sus sicarios?

y quién puede decirnos en esta hora 
fatal y amarilla
en este tiempo desgastado
                   y de angustia
dónde están los asesinos sin rostro
(los jueces sin rostro)
dónde los maestros y los discípulos de la
tortura
escondidos bajo capuchas
dónde los enterradores anónimos
los hacedores de fosas
los gendarmes secretos de los
                               cementerios.
Dónde los jueces fabricadores
                de procesos falsos?
En qué cajón duermen
esas sentencias burdas y 
esas condenas malditas

Nadie va a responder por el momento.
Ni nadie va a manifestar una sospecha
una duda
una sencilla acusación un miserable alegato.
Nadie. Es verdad. 
Por el momento nadie. Pero se va
acercando el día
en que todos regresarán de sus exilios
de sus muertes prematuras
de sus fosas colectivas
de sus nombres anónimos
para con sus huesos altivos
encontrarlos y juzgarlos
con la savia fecunda de la verdad.



OFICIO DE ESCRIBIR

Esto de escudriñar los ojos invisibles
                                     del papel
tratando de vaciar en la página blanca
palabras supuestamente perdurables
es como andar buceando en las 
líneas de la mano.
Uno piensa en la derrota anterior
         memoria desdentada
que quiere tragarse la miel
             del cerebro
donde una niña violeta
juega con un borracho de juguete
mientras cientos de monstruos
               pequeñitos
aparecen como cuervos
     vuelan y se detienen
     se alzan y conversan
con patetismo picotean la médula
                              cerebral
     relamiéndose ante el papel
     regocijándose de antemano
por si las palabras del poema
nazcan muertas

Pero no
no son carroña las palabras
ni son advenedizas
        y aunque en un primer momento
solo son arenas movedizas en la mente
luego comienzan a tener un destino
                      incontenible.

Entonces vuelve la furia del
                         principio
       uno quiere tragarse el papel
embriagarse de tanto estado de ánimo
       vomitar las palabras
poner la máquina de escribir
                  patas arriba
las manos listas para agarrar
                   el pescuezo
de una frase
para ahorcarla cuando todavía
es monólogo interior.

           Es el preciso momento
las ideas inexorables salen desterrando
los misterios y
con paciencia con ternura con valentía
                  el poema va escribiéndose.



ESPEJO DEL HACEDOR

El tiempo clava en los hombres
horas de asombro
      para que su derrumbada
             humanidad
vuelva a ser el vuelo que crezca
por sobre los imposibles.

El tiempo clava en los hombres
profundas pesadillas
            puertas por todos los lados
palabras retorcidas y gestos
                 desmesurados
derrotas deshojándose en margaritas
                       esqueléticas
para que nunca piensen que hay algo 
                           inexpugnable
nada misterioso aunque no lo veamos
nada escondido para los ojos
que hurgan
más allá de la mente.
El tiempo clava en los hombres
el odio y el amor
           como un racimo de uvas 
                        incontables
para que amen hasta su saciedad
si es preciso
y para los que tengan hambre de odiar
vivan en su gula
            y mueran en ella podridos de tanto odio
para que el que tenga deseos de vivir sepa
hasta la eternidad 
         que el amor es un supremo
                lenguaje
y sepa dónde está la esencia
y la arcilla
    y la sangre
    y el aliento
    de una nueva materia
    negando su memoria
en una caravana de hechos
    consumados
y de pasos endebles.
El tiempo clava en los hombres 
el monstruo 
      de la guerra
su esperpéntico vicio para que
                  aprenda con
     sutileza a estrangular su cuello
para que sienta anticipadamente
que será
      estéril su victoria
      y todo lo que usurpe
      su ambición desmedida de poder
el inventario y el costo de aquellos
que hizo matar 
      con su seca garganta
para que sepa que nunca dejará
de ser gusano
muriéndose de miedo en la más
helada soledad.

El tiempo clava en los hombres
el frío de la cuchilla
      y el silencio del pedernal
      para que su corazón sea un foso
                               negro
consagrado al absurdo de tirar todo
lo humano al tacho de la 
          basura
un témpano de sombra donde todo
lo que se mire
              quede convertido en asco
un glacial esculpido por la maldad
para nunca sonreir.

El tiempo también clava
en los hombres
            el calor de la cópula
para que los que no existan
en su derecho a vivir vivan
        por encima del párpado que los 
                                           niega
        del ojo ensoberbecido que antes
                           de nacer
        quiere ponerle cadenas
a su alegría.

El tiempo clava en los hombres 
todas las desnudeces
para que siempre indague por
            su principio
por el seno que ebrio bebió cuando abrió
por primera vez
            su mirada
por los harapos de la ciudad que
                 dejó en el acto
      develado
por el ruido del hacha que cortó
             su cordón umbilical
       asido angustiosamente a la 
                 oquedad
por el húmedo nombre que como
                  un pájaro muerto le cayó
        sobre su cuerpo usado.
El tiempo sabe que pese a esta
                metafísica simple de
       guarismos roídos
hay que introducirle a la vida un río
                 de hombres
para que no envejezca.




Imágenes tomadas de la circulación libre en la red