lunes, 31 de julio de 2017

Comentario sobre Pensar es no pensar lo mismo


Les compartimos el texto que escribió sobre Pensar es no pensar lo mismo, el poeta, ensayista y narrador, Juan G. Ramírez.

“No tener nada que decir no es motivo para callarse”, se dice con cierta ironía. Yo, que cumplo a cabalidad con ese dicho, quiero hablar para contribuir al debate y a la confusión. El  hombre, en especial el escritor, quiere reconocerse único, irrepetible, capaz de emocionar e impresionar al mismo tiempo, mientras transita por ideas propias. Pero esa posibilidad no está al alcance de todos: hay que leer, escribir, reescribir, para retomar los argumentos cada vez menos defectuosos. Omar Ardila parece haber recorrido con satisfacción ese camino. Escribió un libro que, aunque a veces peca en referencias y lenguaje especializado, tiene una visión cautivante. En realidad, nos ofrece un argumento y una cuerda para que descendamos hasta las profundidades del hombre, y descubramos esa inexplorada región donde se originan los miedos, la libertad y el castigo. Nos deja claro que todo pensamiento nuevo es lateral, y al llegar a él debemos abandonarlo con prontitud. Cuando se pasa demasiado en la orilla, la orilla se convierte en un nuevo sistema. Y nosotros nacimos para desafiar la ley de los abismos, para merodear entre las estrellas, para descifrar al hombre que se levanta y cae en un patio vacío, mientras cava pozos con rojos alcoholes, con muecas y preguntas, y se fatiga tras una verdad que desde niño guardó en los bolsillos. Tal vez seamos máquinas, por qué no, pero máquinas danzantes que aún participan del erotismo y la culpa.
La batalla, evidentemente, Omar Ardila la sitúa en la psique. El niño comienza a ser estandarizado por medio de la educación, el consumo, la religión, la ley, hasta que asume una libertad controlada y olvida la verdadera Libertad: la del hombre que se piensa a sí mismo. Sin embargo, cuando hablamos del hombre, hay que tener cuidado: en cuanto uno se descuida las contradicciones le saltan a la cara. Ya Martin Buber había escrito: “ni el individualismo, ni el colectivismo son soluciones humanas: el primero no ve a la sociedad y el segundo se niega a ver al hombre”. Ya sé que Omar Ardila propone una comunicación entre seres libres, pero qué hacer cuando, como lo propuso Eric Fromm, el hombre tiene miedo a la libertad, o al menos la entiende de otro modo. Muchos pueblos en Mesoamérica, si no me equivoco, jamás entendieron el individualismo; eran seres gregarios no sólo en sus acciones sino en sus emociones, creencias y pensamientos. O como el filósofo Scheleiermacher que daba gracias por vivir en una comunidad que lo proveía de una costumbre y una moral que le evitaban convertirse en esa cosa vana que es el “hombre individual”. Y aunque la psique haya sido modelada en la niñez, según pude colegir del pensamiento de Omar Ardila, deja rendijas por las cuales podemos deslizar algunas preguntas: ¿Se puede ser libre sin convertirse en un “extranjero” en la humanidad? ¿Es, acaso, la libertad una cosa indescifrable? ¿O es apenas un acto de la conciencia, y un hombre puede ser libre aunque repita los mismos movimientos y gestos de todos los hombres? ¿Por qué no ha de ser la libertad el derecho a ser conducido, sometido y engañado? ¿Es el hombre “libre” una rueda que se salió del eje y no permite que la humanidad llegue a tiempo al abismo? ¿Se puede ser un sujeto individual sin caer en el aislamiento? ¿Podemos ir con el grupo sin ser dependientes de él? ¿Hemos alienado a la humanidad para tener algo que escribir de ella? ¿Es la libertad llegar a ser uno con Dios, como lo proponen algunas religiones? ¿Somos llevados por una fuerza superior? ¿Por un instinto social? ¿Es, entonces, la humanidad una masa inconsciente y salvaje que no puede ser modelada? ¿Es el individualismo la enfermedad de nuestro siglo? El filósofo Estanislao Zuleta escribió acertadamente: “Dostoyesvki entendió, hace más de un siglo, que la dificultad de nuestra liberación procede de nuestro amor a las cadenas. Amamos las cadenas, los amos, las seguridades porque nos evitan las angustias de la razón”. En todo caso podemos concluir que, en el tumulto de los hombres, esperamos a que Dios subraye nuestra cara. ¡Que el instinto nos guíe hacia la libertad o al desbarrancadero, ya que la razón sólo ofrece sombras y falsas conclusiones!
La verdadera libertad se halla en el anarquismo, según pude entender. Un hombre que crea su “yo” con ayuda del arte, la ciencia y el libre pensamiento. Pero, ¿es, acaso, el anarquismo una cuerda lo suficientemente fuerte para sostener la libertad del hombre? ¿O es apenas una rama que se alejó del tronco para caer por su propio peso? ¿Acaso una gota que salpicó del río, y no un hombre que se apartó para ver pasar a la multitud arrastrada por una fuerza gravitatoria? Y, tal vez, solitarios queremos fraguar una teoría de la libertad, cuando sólo anhelamos regresar al cauce para marchar con el grupo. Es posible.
Omar Ardila también escribió: “Repensar la filosofía como un sistema abierto no para fundar ni para crear universales o ir tras supuestas esencias o fundamentos; ni tampoco para buscar la trascendencia, sino con miras a inventar nuevas posibilidades de vida”. Existen, en el parque de las ideas, dos modelos de pensamiento: uno, el de Dostoiesvki, que nos invita a ir de abismo en abismo. Dice “Cualquier causa primaria arrastra consigo otra, aún más primaria que la anterior, y así sucesivamente hasta el infinito”. El otro, el de los absolutos platónicos: una especie de pared donde ponemos límites al pensamiento cuando no se quiere, o no se puede, ir más allá. ¿Cuál de esas visiones es la correcta? El hombre tiene derecho a engañarse como mejor le convenga, a crear su propio sistema para enfrentar y orientar la oscuridad de la vida: a través de la religión, de la política, del arte, y a poner o no límites a su pensamiento. Yo, que siempre he creído en una “fe individual” como lo propuso Kierkegaard, tambien creo en “absolutos individuales”, modelos de pensamiento en los que uno se apoya cuando se cansa de flotar, pero también sé que ese modelo de pensamiento tiene validez únicamente para quien lo articula, como un castillo que, por más que se amplíe, sólo permite la entrada a quien lo construye. Comparto también cuando Omar Ardila escribe: “Deleuze establece otra imagen del pensamiento en la que el concepto se mueve a partir de preguntas y sin temerle a las paradojas”. Es evidente que nadie tiene un pensamiento lineal, ni va hilvanando argumentos, como se pegan peldaños, hasta llegar a una terraza perfecta. Las ideas son curvas, giros, pasos hacia atrás. El hombre, por fortuna, es contradicción: todos los sistemas de pensamiento que intentan explicarlo son falsos, todos los modelos de pensamiento son válidos. En la paradoja se halla el verdadero hombre. En medio del desvarío, la confusión y el afán, sólo es libre aquel que puede alumbrar los caminos con la palma de su mano.
Omar Ardila, en todo caso, nos presenta un libro arriesgado y sorprendente: un estímulo genuino para el pensamiento. No es un libro de respuestas, sino un libro donde se pasean a su antojo las preguntas. Nos habla del miedo y del control a través del miedo, de los medios al servicio del control, de la filosofía zombi: “El capital ve en el transgresor zombi un antisistema, una manada que se abalanza peligrosamente sobre sus seguridades”, nos narra las técnicas de represión por medio de la disciplina y propone el anarquismo como una forma de resistencia: “Conocer la autoridad moral de quien tiene más experiencia, la cual se irá desconociendo al fortalecer la autonomía”, “El potencial anarquista reside, precisamente, en que no sufre la acción limitante de una doctrina”, nos habla de esquizoanálisis y capitalismo: “La sociedad capitalista produce esquizos como produce cualquier otro producto”, y define al esquizofrénico como “un productor universal que se identifica con su producto”, también nos cuenta de la máquina esquizofrénica que “produce, no metáforas ni fantasmas como en el psicoanálisis, sino realidad”, y luego nos habla de las máquinas deseantes: “desear es producir”, nos dice, y por último nos presenta el rizoma como un pensamiento lateral o de superficie, “el rizoma es expresión total de movimientos”, para terminar con estos versos lapidarios del poeta Adonis:
Yo prefiero quedar en la penumbra;
quedarme en el secreto de las cosas.
En fin, creo en todo caso haber entendido mal el libro de Omar Ardila, salvo el título: Pensar es no pensar lo mismo. Y yo lo intenté.



Juan G Ramírez 



Juan G Ramírez (Saravena-Arauca, 1979), poeta, ensayista y narrador. Ha escrito los libros Estadios y Zenón inmóvil, donde la imagen poética y el quehacer filosófico se mezclan creando una nueva posibilidad para el arte de nuestro tiempo. Actualmente trabaja en la redacción del libro Teoría y práctica del homicidio. Su obra aún permanece inédita.

sábado, 1 de julio de 2017

Poco más que la distancia


El día entero se nos revela desde su título como una totalidad en la que habita un afán por hacer pronto el mayor acopio, por instalar una gran fortaleza que ayude a enfrentar la catástrofe que se aproxima. El autor sabe que el tiempo es corto, que la esquiva pero certera muerte se ha hecho presencia dominante y que solo la palabra puede tejer una gran manta para ahuyentar la orfandad. “La urgencia es que nos alcance”, advierte con vehemencia desde el inicio, y en efecto, esa complicidad con lo que se nombra va teniendo su fruto: la muerte, entonces, se vuelve memoria viva y también espíritu viajero (esa gran herencia que Santiago López ha asumido como elemento primigenio), pues ha hecho el tránsito que le correspondía y ha dejado certezas exentas de metafísica: “Morir es como estar sentado al sol / Por largo rato”; es reencuentro con los elementos, esos que el poeta evoca a cada paso: “Agua tu voz”; “Es esta tierra lo que te pertenece”; “Esa semilla en que devino el viento”; “Piedra, ola, madre”.  

En el poemario de Santiago López también hay una ensoñación de lo material, que sabe reconocer la maternidad de los elementos y la cercanía con ellos. No pierde de vista que hacemos parte de una memoria mineral, que las abuelas piedras han visto cómo el primer hombre fue hecho “de agua y polvo y sol y anhelo”. Y esa vivencia tan profunda le permite conectar con el Pensamiento Ancestral Andino en el que la montaña es nacimiento de río, que guarda los rumores que va trayendo el viento. En la memoria ancestral que somos, no fluyen la dispersión ni la confrontación hasta la muerte; está habitada por múltiples elementos integrados:

Que la luz te reviente el recuerdo
La voz se te llene de ríos
Porque tienes una laguna en el pecho
(…)
Que sean flores las que te nublen la vista
Pájaros los que te enreden el pelo…
Y sea un amor de viento el que eche a andar tus palabras por el mundo
(…)
Que la mañana se te llene de estrellas
Y despiertes llorando cuando la vida te inunde.

Pero aunque esta visión integradora le provea un tono apaciguador al libro, el poeta no olvida que “el incendio es perpetuo”, que hay un nacimiento y un antes y una pregunta siempre sin resolver; que unos nacen más temprano y otros mueren más temprano de lo que les correspondía: ¿Dónde habita, entonces, la certeza? Con esta voz apenas alcanzamos a vislumbrar de soslayo que los días no bastan y que “las palabras no alcanzan”, y sin embargo, hay una apuesta por permanecer de pie, jugándole a todo, esquivando todo, enraizándose en cada giro o quizás, estableciendo nuevas sintaxis o aferrándose a estructuras no convencionales del lenguaje escrito:

Asemillándome mucho y acaso canto
Callo
//
Este surgir bejuco hacia la luz desde nosotros
//
Y este despertar volver a viejas nieblas

No en vano, el poemario acoge a menudo la sucesión de dos verbos en el mismo verso con su ritmo en infinitivo, el que sin duda nos lleva a otro ritmo, quizás el del fuego, el del universo rural desde el despertar hasta el sueño, el de la urgencia o el de los ausentes. En ese diálogo con la futura ausente, de la que ya se presiente la partida, se le demanda una opción por la vida plena: ¡hasta el último momento sin claudicaciones!

Ríe pues hasta tu última costilla
Tu más íntimo cansancio y desaliento

En adelante se sentirá el dolor mas no la nostalgia. El poeta ha aprendido que la muerte es como una urgencia a la que hay que distanciar, por eso persigue sin ambages “acaso poco más que la distancia”.

“Solo quiero que la vida me alcance”, vuelve a gritar la voz con vehemencia, aunque en muchos casos, con el tono suave de los diminutivos. Y es que ¿quién no ha experimentado esos “días que parecen haber nacido muertos?”. Hay tantos adioses que no se han dicho, tanta esquiva tarde en que no hemos podido odiar como Dios manda. Queremos que la vida nos alcance, pero ¿para qué? El día entero vuelve, de nuevo, como una revelación:

No se quiere morir y sin embargo la distancia.
No se busca la ausencia y entonces la partida.
Así, sin más, como una nube desflorada por la lluvia.


Omar Ardila 2017